NO SE JUEGA CON LA PAZ
No se puede arriesgar con lo que sostiene la vida, la paz, la concordia, la estabilidad, el progreso justo, el bien común, la dignidad, los derechos y deberes. No se puede negociar considerando normal que las decisiones se lleven por delante víctimas inocentes, que suponga aumentar las diferencias, promover la indiferencia y crecer el individualismo.
Nínive era una ciudad inmensa, tres días (un poco exagerado) necesitaba para cruzarla, ciudad pagana, ejemplo de un pueblo falto de criterio y discernimiento, y Jonás es enviado a predicar la conversión y la penitencia, para que no sucumbieran.
¿Cómo caminamos en esta ciudad terrenal los que llevamos el sello del carácter profético? ¿somos pregoneros de la conversión o nos dejamos seducir por la mundanidad que lleva a una cultura de la muerte? ¿vivimos en los criterio de polarización creando enfrentamientos o queremos ser vínculos de fraternidad? ¿opinamos y decidimos con los criterios del mundo o discernimos desde la mirada de Dios? Porque sí vivimos en el mundo, pero no somos del mundo, pertenecemos al Reino del Hijo que se proclama en la verdad, la justicia, la paz, el amor...
La Iglesia «tiene un papel público que no se agota en sus actividades de asistencia y educación» sino que procura «la promoción del hombre y la fraternidad universal». No pretende disputar poderes terrenos, sino ofrecerse como «un hogar entre los hogares —esto es la Iglesia—, abierto para testimoniar al mundo actual la fe, la esperanza y el amor al Señor y a aquellos que Él ama con predilección. Una casa de puertas abiertas. La Iglesia es una casa con las puertas abiertas, porque es madre». Y como María, la Madre de Jesús, «queremos ser una Iglesia que sirve, que sale de casa, que sale de sus templos, que sale de sus sacristías, para acompañar la vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad para tender puentes, romper muros, sembrar reconciliación» Papa Francisco Fratelli tutti, 276
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