domingo, 29 de noviembre de 2020

ADVIENTO. Velad, esperad


No dejes para mañana,
no esperes desesperado,
no pierdas oportunidades,
no te encierres en el miedo.
Está por llegar,
viene el Señor,
él ha puesto en nuestras manos
el trabajo del amor.
Viene, estate preparado,
vigilante y en vela.
Abre los ojos y despierta
alerta el alma dormida.
Ahora, que la sombra desolada
de muerte y dolor
la alegría espanta,
no tapes el sol que amanece
no cierres la puerta
deja que el aire mañanero
se haga tu compañero.
Canta el gallo
y anuncia el despertar,
del corazón que sueña
y que lo que espera
será realidad.
Espera, 
en sereno silencio
que el Señor
está por llegar.

Xabier Alonso
29-11-2020

jueves, 26 de noviembre de 2020

Hacer la maleta y despedirse En agradecimiento a las Hijas de la Caridad de san Vicente de Paul.

 


Hacer la maleta y despedirse

En agradecimiento a las Hijas de la Caridad de san Vicente de Paul.


“El ruido no hace bien; el bien no hace ruido.” San Vicente de Paul


 Todos hemos hecho más de unas cuantas veces las maletas. Una pequeña para un viaje corto. Una mochila con lo imprescindible para una peregrinación como el camino de Santiago. Una más amplia para tus merecidas vacaciones. Pero, ¿qué te llevas para no volver? Pues un arcón en el que se guarda lo viejo y lo nuevo (Cfr Mt 13,52) Aunque ya sabes que cuando sales de casa, enviada para la misión, lo que llevas al llegar no es más que la caridad recibida. Porque, Hijas de la Caridad, son hermanas de los que de ella carecen, y son muchos y muchas que con un pequeño atado y una gran sonrisa hicieron el camino que tomaba como puerto la ciudad de Vigo.


Sirva esto de introducción para la maleta o el arcón que las hijas del bueno San Vicente de Paul, ya han preparado como salida silenciosa de la obra que en el Berbés llevaba su sello desde hace más de 150 años. Corría el año 1868 en que arribaron al viejo convento de San Francisco las hermanas venidas para la misión de atender a los más pobres. El antiguo convento fundado en 1551, habiendo pasado las vicisitudes de la historia junto al mar, entre otros el saqueo del pirata Drake, llega al ocaso decimonónico de la desamortización. Los 40 moradores del convento conocen la expulsión, la iglesia atendida por la tercera orden las tierras del convento fueron adquiridas en subasta pública por Joaquín Romay, el edificio pasó a funcionar como Casa de la Beneficencia. A finales del año 1839, la reina Isabel II autoriza la cesión del edificio que, a partir de entonces, comienza a regular su vida interna.


El alcalde Ramón Abeleyra presidía el 22 de marzo de 1839 la reunión de la junta de caridad de Vigo en la que se adoptaría su nueva denominación como junta de beneficencia. Conformada por el alcalde, el prior de la colegiata, el médico titulado del Concello de Vigo, el cirujano, el boticario un contable y un secretario, aquella junta se marcaba como principal objetivo crear un hospital de pobres que asumiera las funciones de hospicio. 


El 18 de marzo de 1868 llegaban a Vigo cuatro Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul. Con la hermana María Górriz al frente se hacían cargo de la Casa de Beneficencia. Tan solo unos meses antes, el Concello de Vigo y el Gobierno Civil de Pontevedra recibían la autorización del Ministerio de la Gobernación para que se instalasen las religiosas en Vigo. El 23 de marzo de 1868 se firmaba en Madrid el contrato de las condiciones entre la comunidad, representada por el sacerdote Mariano Joaquín Maller, y el apoderado de la junta municipal de Vigo, José Díaz. A partir de entonces, la Casa de Beneficencia pasaba a denominarse Casa de la Caridad Hogar de San José. El objetivo principal será cuidar e instruir a los niños pobres, huérfanos o desamparados.

Desde Sor María en la fundación de la comunidad, hasta Sor Fernanda en este final, el número de hermanas que han pasado por esta casa es numeroso, pero más numeroso, si cabe en número y agradecimiento el de niños, familias y pobres que han conocido en este bello balcón de la ría la serena cercanía del amor de Dios. 


Mucho tenemos que agradecer la comunidad cristiana y la sociedad viguesa y diocesana a la ingente labor de las hermanas. Desde su llegada en el año 1868 en que estalla la revolución La Gloriosa en España y que supone el fin del reinado de Isabel II; pocas semanas antes de que el Papa Pío IX hiciese la convocatoria del Concilio Vaticano I; año en que el desarrollo industrial de la ciudad de Vigo era ya visible, pero sus desigualdades sociales también, la caridad no cesó, ni su obra casará pues no cesa de haber quien se acerque a la puerta de la Casa de Caridad a ofrecer su ayuda y colaborar con su obra. En 1868 la población de la ciudad era de 12.000 habitantes. La industria pesquera, el puerto y las conserveras, la migración, el crecimiento industrial, hace que la población llegue a crecer de forma que se convierta en una de las ciudades de Europa que más se desarrollen. 


Atentas a las necesidades, la Hijas de la Caridad fueron asumiendo más y más obras, no solo en la ciudad sino en toda la Diócesis.  Así en 1895 abren una cocina económica en la calle Oliva, en 1896 trabajan en el Hospital de Elduayen,  1903 abren el Asilo del Niño Jesús de Praga, en 1908 fundan en Tui, y continúa su larga lista en trabajos: Hospital Municipal, Hospital militar, “La gota de leche”, la Casa del Pescador, la Cruz Roja, el Orfanato de Panxón. Se convierten, con diferencia, en la congregación más numerosa de la Diócesis, siendo en los años 70 cerca de 80 hermanas.


Hoy, ya tienen las maletas abiertas en varias casas a las que han sido destinadas las que formaban la comunidad de la Casa Caridad. De aquella sobreabundancia, hoy quedan dos comunidades en la diócesis, el colegio Niño Jesús de Praga y la comunidad de la Milagrosa en Tui. La veintena de hermanas sobrepasan todas los 70 años, y esta es, para una familia como la Iglesia, una verdad dura de asimilar.


La Casa Caridad, dependiente de su patronato, continúa su labor con la infancia en su Casa Hogar y la acción cercana a los pobres en el Comedor de la Esperanza. Las hermanas se van pero su legado de buen hacer continúa. Y por nuestra parte, el agradecimiento nunca cesará. 


Quiero finalizar con un juego de palabras. Las hermanas son SOS, de que sale al socorro y alivia el dolor. Las hermanas son SOL, pues la caridad ilumina las sombras del corazón. Las hermanas son SON, sonido, palabra, susurro al oído del que necesita palabras de consuelo y esperanza. Las hermanas son SOR, auténtica comunidad de iguales y en amor.

Y rescato un papel que con cariño recibí y ahora entrego a todos: La palabra “Gracias” es corta, pero su pequeñez encierra todo lo que queremos deciros. Os presentaremos al Señor Jesús en nuestra oración.


Gracias Hermanas


Xabier Alonso

Delegado Episcopal de Acción Caritativa Social

Diócesis de Tui-Vigo


domingo, 15 de noviembre de 2020

EL PAPA TIENE UN MENSAJE PARA TI. LEELO

 


Este domingo tiene un carácter  muy especial desde hace cuatro años cuando el Papa Francisco decidió dedicar este domingo a un jornada a los pobres. Te invito a leer el mensaje que nos envía a todos. Vale la pena pararse unos minutos en este comienzo del domingo y repasar la realidades de pobreza, y a los pobres que conozco. ¿Sabes como se llama el que pide a la puerta del súper y cual es su historia? el que abre la puerta de tu iglesia con amabilidad y saludando esperando que le gratifiques con una moneda, ¿dónde duerme?, el que limpia los parabrisas en el semáforo, o hace malabarismos ?¿que estudios terminó?, el que pasea con la mirada perdida y se sienta en un banco cada día, esperando, viendo comer a las palomas, ¿sabes si estuvo casado o tiene hijos?. La pobre no son estadísticas ni estrategias, es la vida de personas golpeadas por la divisiones e injusticias, por los miedos y cobardías. 

El espacio que se coloca entre el pobre y yo no es un muro infranqueable, es una oportunidad de encuentro, de ser aprendido por la experiencia de la vida. Os dejo las palabras del papa Francisco sobre esta jornada. Que sea semilla en tierra buena


MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO

IV JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES

Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario

15 de noviembre de 2020

“Tiende tu mano al pobre” (cf. Si 7,32)

“Tiende tu mano al pobre” (cf. Si 7,32). La antigua sabiduría ha formulado estas palabras como un

código sagrado a seguir en la vida. Hoy resuenan con todo su significado para ayudarnos también

a nosotros a poner nuestra mirada en lo esencial y a superar las barreras de la indiferencia. La

pobreza siempre asume rostros diferentes, que requieren una atención especial en cada situación

particular; en cada una de ellas podemos encontrar a Jesús, el Señor, que nos reveló estar

presente en sus hermanos más débiles (cf. Mt 25,40).

1. Tomemos en nuestras manos el Eclesiástico, también conocido como Sirácida, uno de los

libros del Antiguo Testamento. Aquí encontramos las palabras de un sabio maestro que vivió unos

doscientos años antes de Cristo. Él buscaba la sabiduría que hace a los hombres mejores y

capaces de escrutar en profundidad las vicisitudes de la vida. Lo hizo en un momento de dura

prueba para el pueblo de Israel, un tiempo de dolor, luto y miseria causado por el dominio de las

potencias extranjeras. Siendo un hombre de gran fe, arraigado en las tradiciones de sus

antepasados, su primer pensamiento fue dirigirse a Dios para pedirle el don de la sabiduría. Y el

Señor le ayudó.

Desde las primeras páginas del libro, el Sirácida expone sus consejos sobre muchas situaciones

concretas de la vida, y la pobreza es una de ellas. Insiste en el hecho de que en la angustia hay

que confiar en Dios: «Endereza tu corazón, mantente firme y no te angusties en tiempo de

adversidad. Pégate a él y no te separes, para que al final seas enaltecido. Todo lo que te

sobrevenga, acéptalo, y sé paciente en la adversidad y en la humillación. Porque en el fuego se

prueba el oro, y los que agradan a Dios en el horno de la humillación. En las enfermedades y en

la pobreza pon tu confianza en él. Confía en él y él te ayudará, endereza tus caminos y espera en

él. Los que teméis al Señor, aguardad su misericordia y no os desviéis, no sea que caigáis» (2,2-

7).

2. Página tras página, descubrimos un precioso compendio de sugerencias sobre cómo actuar a

la luz de una relación íntima con Dios, creador y amante de la creación, justo y providente con

todos sus hijos. Sin embargo, la constante referencia a Dios no impide mirar al hombre concreto;

al contrario, las dos cosas están estrechamente relacionadas.

Lo demuestra claramente el pasaje del cual se toma el título de este Mensaje (cf. 7,29-36). La

oración a Dios y la solidaridad con los pobres y los que sufren son inseparables. Para celebrar un

culto que sea agradable al Señor, es necesario reconocer que toda persona, incluso la más

indigente y despreciada, lleva impresa en sí la imagen de Dios. De tal atención deriva el don de la

bendición divina, atraída por la generosidad que se practica hacia el pobre. Por lo tanto, el tiempo

que se dedica a la oración nunca puede convertirse en una coartada para descuidar al prójimo

necesitado; sino todo lo contrario: la bendición del Señor desciende sobre nosotros y la oración

logra su propósito cuando va acompañada del servicio a los pobres.

3. ¡Qué actual es esta antigua enseñanza, también para nosotros! En efecto, la Palabra de Dios

va más allá del espacio, del tiempo, de las religiones y de las culturas. La generosidad que

sostiene al débil, consuela al afligido, alivia los sufrimientos, devuelve la dignidad a los privados

de ella, es una condición para una vida plenamente humana. La opción por dedicarse a los

pobres y atender sus muchas y variadas necesidades no puede estar condicionada por el tiempo

a disposición o por intereses privados, ni por proyectos pastorales o sociales desencarnados. El

poder de la gracia de Dios no puede ser sofocado por la tendencia narcisista a ponerse siempre

uno mismo en primer lugar.

Mantener la mirada hacia el pobre es difícil, pero muy necesario para dar a nuestra vida personal

y social la dirección correcta. No se trata de emplear muchas palabras, sino de comprometer

concretamente la vida, movidos por la caridad divina. Cada año, con la Jornada Mundial de los

Pobres, vuelvo sobre esta realidad fundamental para la vida de la Iglesia, porque los pobres están

y estarán siempre con nosotros (cf. Jn 12,8) para ayudarnos a acoger la compañía de Cristo en

nuestra vida cotidiana.

4. El encuentro con una persona en condición de pobreza siempre nos provoca e interroga.

¿Cómo podemos ayudar a eliminar o al menos aliviar su marginación y sufrimiento? ¿Cómo

podemos ayudarla en su pobreza espiritual? La comunidad cristiana está llamada a involucrarse

en esta experiencia de compartir, con la conciencia de que no le está permitido delegarla a otros.

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Y para apoyar a los pobres es fundamental vivir la pobreza evangélica en primera persona. No

podemos sentirnos “bien” cuando un miembro de la familia humana es dejado al margen y se

convierte en una sombra. El grito silencioso de tantos pobres debe encontrar al pueblo de Dios en

primera línea, siempre y en todas partes, para darles voz, defenderlos y solidarizarse con ellos

ante tanta hipocresía y tantas promesas incumplidas, e invitarlos a participar en la vida de la

comunidad.

Es cierto, la Iglesia no tiene soluciones generales que proponer, pero ofrece, con la gracia de

Cristo, su testimonio y sus gestos de compartir. También se siente en la obligación de presentar

las exigencias de los que no tienen lo necesario para vivir. Recordar a todos el gran valor del bien

común es para el pueblo cristiano un compromiso de vida, que se realiza en el intento de no

olvidar a ninguno de aquellos cuya humanidad es violada en las necesidades fundamentales.

5. Tender la mano hace descubrir, en primer lugar, a quien lo hace, que dentro de nosotros existe

la capacidad de realizar gestos que dan sentido a la vida. ¡Cuántas manos tendidas se ven cada

día! Lamentablemente, sucede cada vez más a menudo que la prisa nos arrastra a una vorágine

de indiferencia, hasta el punto de que ya no se sabe más reconocer todo el bien que

cotidianamente se realiza en el silencio y con gran generosidad. Así sucede que, sólo cuando

ocurren hechos que alteran el curso de nuestra vida, nuestros ojos se vuelven capaces de

vislumbrar la bondad de los santos “de la puerta de al lado”, «de aquellos que viven cerca de

nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 7), pero de

los que nadie habla. Las malas noticias son tan abundantes en las páginas de los periódicos, en

los sitios de internet y en las pantallas de televisión, que nos convencen que el mal reina

soberano. No es así. Es verdad que está siempre presente la maldad y la violencia, el abuso y la

corrupción, pero la vida está entretejida de actos de respeto y generosidad que no sólo

compensan el mal, sino que nos empujan a ir más allá y a estar llenos de esperanza.

6. Tender la mano es un signo: un signo que recuerda inmediatamente la proximidad, la

solidaridad, el amor. En estos meses, en los que el mundo entero ha estado como abrumado por

un virus que ha traído dolor y muerte, desaliento y desconcierto, ¡cuántas manos tendidas hemos

podido ver! La mano tendida del médico que se preocupa por cada paciente tratando de encontrar

el remedio adecuado. La mano tendida de la enfermera y del enfermero que, mucho más allá de

sus horas de trabajo, permanecen para cuidar a los enfermos. La mano tendida del que trabaja en

la administración y proporciona los medios para salvar el mayor número posible de vidas. La

mano tendida del farmacéutico, quién está expuesto a tantas peticiones en un contacto

arriesgado con la gente. La mano tendida del sacerdote que bendice con el corazón desgarrado.

La mano tendida del voluntario que socorre a los que viven en la calle y a los que, a pesar de

tener un techo, no tienen comida. La mano tendida de hombres y mujeres que trabajan para

proporcionar servicios esenciales y seguridad. Y otras manos tendidas que podríamos describir

hasta componer una letanía de buenas obras. Todas estas manos han desafiado el contagio y el

miedo para dar apoyo y consuelo.

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7. Esta pandemia llegó de repente y nos tomó desprevenidos, dejando una gran sensación de

desorientación e impotencia. Sin embargo, la mano tendida hacia el pobre no llegó de repente.

Ella, más bien, ofrece el testimonio de cómo nos preparamos a reconocer al pobre para

sostenerlo en el tiempo de la necesidad. Uno no improvisa instrumentos de misericordia. Es

necesario un entrenamiento cotidiano, que proceda de la conciencia de lo mucho que

necesitamos, nosotros los primeros, de una mano tendida hacia nosotros.

Este momento que estamos viviendo ha puesto en crisis muchas certezas. Nos sentimos más

pobres y débiles porque hemos experimentado el sentido del límite y la restricción de la libertad.

La pérdida de trabajo, de los afectos más queridos y la falta de las relaciones interpersonales

habituales han abierto de golpe horizontes que ya no estábamos acostumbrados a observar.

Nuestras riquezas espirituales y materiales fueron puestas en tela de juicio y descubrimos que

teníamos miedo. Encerrados en el silencio de nuestros hogares, redescubrimos la importancia de

la sencillez y de mantener la mirada fija en lo esencial. Hemos madurado la exigencia de una

nueva fraternidad, capaz de ayuda recíproca y estima mutua. Este es un tiempo favorable para

«volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los

demás y por el mundo [...]. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de

la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad [...]. Esa destrucción de todo fundamento de la

vida social termina enfrentándonos unos con otros para preservar los propios intereses, provoca

el surgimiento de nuevas formas de violencia y crueldad e impide el desarrollo de una verdadera

cultura del cuidado del ambiente» (Carta enc. Laudato si’, 229). En definitiva, las graves crisis

económicas, financieras y políticas no cesarán mientras permitamos que la responsabilidad que

cada uno debe sentir hacia al prójimo y hacia cada persona permanezca aletargada.

8. “Tiende la mano al pobre” es, por lo tanto, una invitación a la responsabilidad y un compromiso

directo de todos aquellos que se sienten parte del mismo destino. Es una llamada a llevar las

cargas de los más débiles, como recuerda san Pablo: «Mediante el amor, poneos al servicio los

unos de los otros. Porque toda la Ley encuentra su plenitud en un solo precepto: Amarás a tu

prójimo como a ti mismo. [...] Llevad las cargas los unos de los otros» (Ga 5,13-14; 6,2). El

Apóstol enseña que la libertad que nos ha sido dada con la muerte y la resurrección de Jesucristo

es para cada uno de nosotros una responsabilidad para ponernos al servicio de los demás,

especialmente de los más débiles. No se trata de una exhortación opcional, sino que condiciona

de la autenticidad de la fe que profesamos.

El libro del Eclesiástico viene otra vez en nuestra ayuda: sugiere acciones concretas para apoyar

a los más débiles y también utiliza algunas imágenes evocadoras. En un primer momento toma

en consideración la debilidad de cuantos están tristes: «No evites a los que lloran» (7,34). El

período de la pandemia nos obligó a un aislamiento forzoso, incluso impidiendo que pudiéramos

consolar y permanecer cerca de amigos y conocidos afligidos por la pérdida de sus seres

queridos. Y sigue diciendo el autor sagrado: «No dejes de visitar al enfermo» (7,35). Hemos

experimentado la imposibilidad de estar cerca de los que sufren, y al mismo tiempo hemos

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tomado conciencia de la fragilidad de nuestra existencia. En resumen, la Palabra de Dios nunca

nos deja tranquilos y continúa estimulándonos al bien.

9. “Tiende la mano al pobre” destaca, por contraste, la actitud de quienes tienen las manos en los

bolsillos y no se dejan conmover por la pobreza, de la que a menudo son también cómplices. La

indiferencia y el cinismo son su alimento diario. ¡Qué diferencia respecto a las generosas manos

que hemos descrito! De hecho, hay manos tendidas para rozar rápidamente el teclado de una

computadora y mover sumas de dinero de una parte del mundo a otra, decretando la riqueza de

estrechas oligarquías y la miseria de multitudes o el fracaso de naciones enteras. Hay manos

tendidas para acumular dinero con la venta de armas que otras manos, incluso de niños, usarán

para sembrar muerte y pobreza. Hay manos tendidas que en las sombras intercambian dosis de

muerte para enriquecerse y vivir en el lujo y el desenfreno efímero. Hay manos tendidas que por

debajo intercambian favores ilegales por ganancias fáciles y corruptas. Y también hay manos

tendidas que, en el puritanismo hipócrita, establecen leyes que ellos mismos no observan.

En este panorama, «los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que

excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una

globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos

ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa

cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe» (Exhort. ap.

Evangelii gaudium, 54). No podemos ser felices hasta que estas manos que siembran la muerte

se transformen en instrumentos de justicia y de paz para el mundo entero.

10. «En todas tus acciones, ten presente tu final» (Si 7,36). Esta es la expresión con la que el

Sirácida concluye su reflexión. El texto se presta a una doble interpretación. La primera hace

evidente que siempre debemos tener presente el fin de nuestra existencia. Acordarse de nuestro

destino común puede ayudarnos a llevar una vida más atenta a quien es más pobre y no ha

tenido las mismas posibilidades que nosotros. Existe también una segunda interpretación, que

evidencia más bien el propósito, el objetivo hacia el que cada uno tiende. Es el fin de nuestra vida

que requiere un proyecto a realizar y un camino a recorrer sin cansarse. Y bien, la finalidad de

cada una de nuestras acciones no puede ser otra que el amor. Este es el objetivo hacia el que

nos dirigimos y nada debe distraernos de él. Este amor es compartir, es dedicación y servicio,

pero comienza con el descubrimiento de que nosotros somos los primeros amados y movidos al

amor. Este fin aparece en el momento en que el niño se encuentra con la sonrisa de la madre y

se siente amado por el hecho mismo de existir. Incluso una sonrisa que compartimos con el pobre

es una fuente de amor y nos permite vivir en la alegría. La mano tendida, entonces, siempre

puede enriquecerse con la sonrisa de quien no hace pesar su presencia y la ayuda que ofrece,

sino que sólo se alegra de vivir según el estilo de los discípulos de Cristo.

En este camino de encuentro cotidiano con los pobres, nos acompaña la Madre de Dios que, de

modo particular, es la Madre de los pobres. La Virgen María conoce de cerca las dificultades y

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sufrimientos de quienes están marginados, porque ella misma se encontró dando a luz al Hijo de

Dios en un establo. Por la amenaza de Herodes, con José su esposo y el pequeño Jesús huyó a

otro país, y la condición de refugiados marcó a la sagrada familia durante algunos años. Que la

oración a la Madre de los pobres pueda reunir a sus hijos predilectos y a cuantos les sirven en el

nombre de Cristo. Y que esta misma oración transforme la mano tendida en un abrazo de

comunión y de renovada fraternidad.

Roma, en San Juan de Letrán, 13 de junio de 2020, memoria


viernes, 13 de noviembre de 2020

NOVENA DE ÁNIMAS. Dia 9

 


Finalizamos este camino y nos preparamos para que mañana celebremos el solemne funeral de Ánimas. Tendremos las Misas a las 10 en Prado da Canda, a las 11 en A Franqueira y a las 12,15 en A Lamosa


DIA NOVENO

NUESTRA ORACIÓN POR LOS DIFUNTOS

 

Del libro del Apocalipsis: (Ap 21,1 -5)

Vi un cielo nuevo y una tierra nueva. El primer cielo y la primera tierra han desaparecido, el mar ya no existe.  Vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, bajando del cielo, de Dios, preparada como novia que se arregla para el novio. Oí una voz potente que salía del trono:

-Mira la morada de Dios entre los hombres: morará con ellos; ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos. Les enjugará las lágrimas de los ojos. Ya no habrá muerte ni pena ni llanto ni dolor. Todo lo antiguo ha pasado. El que estaba sentado en el trono dijo:

-Mira, renuevo el universo.

 

Este último día de la novena proponemos parte de las palabras del Papa Beato Juan Pablo II pronunciadas en el Cementerio de la Almudena de Madrid el 2 de noviembre de 1982. Nuestra oración por los fieles difuntos es una muestra de la comunión que traspasa el tiempo y el espacio. Ellos son también miembros de la Iglesia y, con ellos, y por ellos, en Cristo ponemos nuestra plegaria. Nuestra acción de gracias es fruto también de lo que ellos han hecho por nosotros. Nuestra petición por ellos es un gesto de caridad.

 

Cristo, garante de la comunión, ha querido vivir en su carne la experiencia de nuestra muerte, para triunfar sobre ella, incluso con ventaja para nosotros, con el acontecimiento prodigioso de la resurrección. “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí; ha resucitado”. El anuncio de los Ángeles, proclamado en aquella mañana de Pascua junto al sepulcro vacío, ha llegado a través de los siglos hasta nosotros. Ese anuncio nos propone, también en esta asamblea litúrgica, el motivo esencial de nuestra esperanza. En efecto, “si hemos muerto con Cristo —nos recuerda San Pablo, aludiendo a lo que ha tenido lugar en el bautismo— creemos que también viviremos con El”.

Corroborados en esta certeza, elevamos al cielo —aun entre las tumbas de un cementerio— el canto gozoso del Aleluya, que es el canto de la victoria. Nuestros difuntos “viven con Cristo”, después de haber sido sepultados con El en la muerte. Para ellos el tiempo de la prueba ha terminado, dejando el puesto al tiempo de la recompensa. Por esto —a pesar de la sombra de tristeza provocada por la nostalgia de su presencia visible— nos alegramos al saber que han llegado ya a la serenidad de la “patria”.

Sin embargo, como también ellos han sido partícipes de la fragilidad propia de todo ser humano, sentimos el deber —que es a la vez una necesidad del corazón— de ofrecerles la ayuda afectuosa de nuestra oración, a fin de que cualquier eventual residuo de debilidad humana, que todavía pudiera retrasar su encuentro feliz con Dios, sea definitivamente borrado.


 

En Cristo resucitado elevemos nuestra oración diciendo:

 

Cristo resucitado escúchanos.

 

1.      Por los sacerdotes y consagrados difuntos, para que vivan la eterna bienaventuranza.

2.      Por los padres y familiares, para que sean acogidos en el hogar del cielo.

3.      Por los fallecidos en la juventud o trágicamente, para que vivan la eterna juventud.

4.      Por los niños y adolescentes, para que en el cielo canten eternamente las alabanzas del Señor.

5.      Por los que nadie recuerda en sus oraciones.

6.      Por el descanso eterno de todos los difuntos.

 

 

Oración  de San Francisco de Asís.

 

Señor, 

hazme un instrumento de tu paz:

allí donde haya odio, que yo ponga el amor,

allí donde haya ofensa, que yo ponga el perdón;

allí donde haya discordia, que yo ponga la unión;

allí donde haya error, que yo ponga la verdad;

allí donde haya duda, que yo ponga la fe;

allí donde haya desesperación, que yo ponga la esperanza;

allí donde haya tinieblas, que yo ponga la luz;

allí donde haya tristeza, que yo ponga alegría. 

 

Señor, 

haz que yo busque:

consolar y no ser consolado, 

comprender y no ser comprendido, 

amar y no ser amado.

 

Porque:

dando es como se recibe, 

olvidándose de sí es como uno se encuentra, 

perdonando es como se recibe el perdón, 

y muriendo es como se resucita a la Vida.

 

 


RESPONSO

Sacerdote: -No te acuerdes, Señor, de nuestros pecados.

R.-Cuando vengas a juzgar al mundo

 

Sacerdote: -Señor, Dios nuestro, dirige nuestros pasos en tu presencia.

R.-Cuando vengas a juzgar al mundo

 

Sacerdote: -Dales, Señor, el descanso eterno y brille para ellos la luz eterna

R.-Cuando vengas a juzgar al mundo

 

Sacerdote: -Señor, ten piedad

R.-Señor, ten piedad.

 

Sacerdote: -Cristo, ten piedad.

R.-Cristo, ten piedad.

 

Sacerdote: -Señor, ten piedad

R.-Señor, ten piedad.

 

Todos: Padre nuestro...

 

Sacerdote: -Libra, Señor, sus almas

R.-De las penas del infierno

 

Sacerdote: -Descansen en paz

R.-Amén

 

Sacerdote: -Señor, escucha nuestra oración

R.-Y llegue a ti nuestro clamor.

 

Sacerdote: -El Señor esté con vosotros

R.-Y con tu espíritu

 

Sacerdote: Oremos: Te rogamos, Señor, que absuelvas las almas de tus siervos difuntos de todo vínculo de pecado, para que vivan en la gloria de la resurrección, entre tus santos y elegidos. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén

 

Sacerdote: -Dales, Señor, el descanso eterno

R.-Y brille para ellos la luz eterna

 

Sacerdote: -Descansen en paz

R.-Amén

 

Sacerdote: -Sus almas y las almas de todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.

R.-Amén

 



jueves, 12 de noviembre de 2020

NOVENA E ÁNIMAS. Día 8

 


DIA OCTAVO

AL ATARDECER DE LA VIDA, ME EXAMINARÁN DEL AMOR

 

 

Del Evangelio de San Mateo: (Mt 25,34 ss.)

Entonces el rey dirá a los de la derecha: Venid, benditos de mi Padre, a heredar el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era inmigrante y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, estaba enfermo y me visitasteis, estaba encarcelado y vinisteis a verme. Los justos le responderán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber, inmigrante y te recibimos, desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y fuimos a visitarte? El rey les contestará: Os aseguro que lo que hayáis hecho a uno solo de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis.

 

Cada día es para nosotros una oportunidad para el amor y una “aventura” para estar en Dios. Cuando vivimos en la confianza en Dios siempre estamos preparados para dar cuentas de la administración de lo que somos y hacemos. El texto de San Juan de la Cruz, “Al atardecer de la vida me examinarán del amor”, adquiere cada día actualidad.

 

Al final de nuestra peregrinación seremos examinados por el amor de Dios. Por eso necesitamos descubrir la presencia del Amado cada día y poder responderle a su llamada. Escuchemos algunas frases del testamento del Papa Beato Juan XXIII. Es un buen esquema de examen.

 

Me causa gran alegría en el corazón renovar íntegra y fervorosa mi profesión de fe

católica, apostólica y romana.

Pido perdón a quienes hubiera ofendido inconscientemente; a cuantos no hubiese

causado edificación.

Siento que no tengo nada que perdonar a nadie, porque en cuantos me conocieron y se relacionaron conmigo -aunque me hubieran ofendido o despreciado o tenido, justamente por lo demás, en poca estima, o me hubieran sido motivo de aflicción- no reconozco sino hermanos y bienhechores, a los que estoy agradecido y por los que ruego y rogaré siempre.

Nacido pobre, pero de gente honrada y humilde, estoy particularmente contento de morir pobre, habiendo distribuido según las diversas exigencias y circunstancias de mi vida sencilla y modesta, en servicio de los pobres y de la santa Iglesia que me ha nutrido, cuanto me vino a caer entre manos

La bondad de la que mi pobre persona fue hecha objeto por parte de cuantos encontré en mi camino hizo serena mi vida.

Espero y acogeré sencilla y alegremente la llegada de la hermana muerte según todas las circunstancias con las que le parezca bien al Señor enviármela.

Hijos míos, hermanos míos, hasta la vista.

 



En Cristo, que vendrá un día a juzgar al mundo, oremos diciendo:

 

Ten misericordia de nosotros

 

1.      Por los pobres y los que sufren.

2.      Por los desnudos de dignidad y esperanza.

3.      Por los sedientos de justicia.

4.      Por los hambrientos de bondad.

5.      Por los encarcelados y secuestrados.

6.      Por los desplazados y emigrantes.

7.      Por los perseguidos por creer.

8.      Por los difuntos necesitados de perdón

 

 

Oración para aprender a amar de Teresa de Calcuta

 

Señor, cuando tenga hambre, dame alguien que necesite comida;
Cuando tenga sed, dame alguien que precise agua;
Cuando sienta frío, dame alguien que necesite calor.
Cuando sufra, dame alguien que necesita consuelo;
Cuando mi cruz parezca pesada, déjame compartir la cruz del otro;
Cuando me vea pobre, pon a mi lado algún necesitado.
Cuando no tenga tiempo, dame alguien que precise de mis minutos;
Cuando sufra humillación, dame ocasión para elogiar a alguien; Cuando esté desanimado, dame alguien para darle nuevos ánimos.
Cuando quiera que los otros me comprendan, dame alguien que necesite de mi comprensión;
Cuando sienta necesidad de que cuiden de mí, dame alguien a quien pueda atender;
Cuando piense en mí mismo, vuelve mi atención hacia otra persona.

Haznos dignos, Señor, de servir a nuestros hermanos;
Dales, a través de nuestras manos, no sólo el pan de cada día, también nuestro amor misericordioso, imagen del tuyo.

 RESPONSO

Sacerdote: -No te acuerdes, Señor, de nuestros pecados.

R.-Cuando vengas a juzgar al mundo

 

Sacerdote: -Señor, Dios nuestro, dirige nuestros pasos en tu presencia.

R.-Cuando vengas a juzgar al mundo

 

Sacerdote: -Dales, Señor, el descanso eterno y brille para ellos la luz eterna

R.-Cuando vengas a juzgar al mundo

 

Sacerdote: -Señor, ten piedad

R.-Señor, ten piedad.

 

Sacerdote: -Cristo, ten piedad.

R.-Cristo, ten piedad.

 

Sacerdote: -Señor, ten piedad

R.-Señor, ten piedad.

 

Todos: Padre nuestro...

 

Sacerdote: -Libra, Señor, sus almas

R.-De las penas del infierno

 

Sacerdote: -Descansen en paz

R.-Amén

 

Sacerdote: -Señor, escucha nuestra oración

R.-Y llegue a ti nuestro clamor.

 

Sacerdote: -El Señor esté con vosotros

R.-Y con tu espíritu

 

Sacerdote: Oremos: Te rogamos, Señor, que absuelvas las almas de tus siervos difuntos de todo vínculo de pecado, para que vivan en la gloria de la resurrección, entre tus santos y elegidos. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén

 

Sacerdote: -Dales, Señor, el descanso eterno

R.-Y brille para ellos la luz eterna

 

Sacerdote: -Descansen en paz

R.-Amén

 

Sacerdote: -Sus almas y las almas de todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.

R.-Amén

 

 

miércoles, 11 de noviembre de 2020

NVENA DE ÁNIMAS. Día 7


DIA SEPTIMO

LA ENFERMEDAD, SERENIDAD ANTE LA MUERTE

 

Del Evangelio según San Juan: (Jn 11, 1ss)

Había un enfermo llamado Lázaro, de Betania, la aldea de María y su hermana Marta. Su hermano Lázaro estaba enfermo. Las hermanas le enviaron este recado: ---Señor, tu amigo está enfermo. Al oírlo, Jesús comentó:

-Esta enfermedad no ha de acabar en la muerte; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella…

 

Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque muera, vivirá; y quien vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Lo crees?

 

 

Necesitamos el testimonio de creyentes que asumen la enfermedad con serenidad, unidos a la cruz de Cristo, abandonándose en las manos amorosas del Padre, nos ayuden a percibir la muerte con entereza.

 

En el momento en que somos conscientes de nuestra enfermedad, o cuando un familiar o un amigo está enfermo, es muy importante tomar conciencia de nuestra situación. Desde la oración confiada, la celebración de los sacramentos, en especial los de la salud, la Reconciliación y la Unción de los enfermos, encontrar el consuelo y la fortaleza del Señor.

 

El alimento de la Eucaristía es la mejor forma de unirse a Cristo, Viático para la vida eterna, y prepararse para el último tránsito. El testamento de Monseñor Eugenio Romero Pose, que fue Obispo auxiliar de Madrid, es un buen testimonio del creyente, que en la enfermedad, se prepara para la muerte de forma ejemplar.

 

La enfermedad es profecía de la muerte, la muerte que adviene es experiencia que nos hace tocar fondo la pequeñez para que podamos esperar la nueva vida, y esperándola, la agradezcamos.

No se aprecia la vida si no se acepta la muerte. Esperar la plenitud de la vida es dejar que el miedo a la muerte no aprisione alma y corazón. Padre bueno, que a todo y a todos nos has dado la vida para que supiéramos de tu amor. Padre Creador, me ha desbordado tu querer; tantas veces mi incapacidad de tenerte, y tener en mis manos los dones que Tú me ofrecías en las Tuyas, me distanció de Ti. Yo sé que aunque me aleje, nunca dejarás que escape del cuenco de Tus Manos creadoras.

Te pido, Señor, que sepa en el dolor pedirte el Espíritu para que mi vida, en esta peregrinación que un día se acabará, y mi muerte estén en tu Cruz. Tiéndeme tu Mano para que contigo, a pesar de la oscuridad del camino, tenga la sencilla certeza de abrir un día los ojos y verte a ti a la derecha del Padre con el Espíritu Santo.

 


 

En Cristo, que sanó con sus heridas, presentemos nuestra oración confiada diciendo:

 

Cristo, buen samaritano, acoge nuestra oración.

 

 

1.      Por los niños enfermos, por sus padres y familiares, para que, en la debilidad encuentren la fortaleza.

2.      Por los jóvenes, víctimas de accidentes, para que en el Señor vean su vida con ilusión y esperanza.

3.      Por los matrimonios que viven situación de enfermedad o limitación, para que, se apoyen mutuamente en la unidad del amor.

4.      Por los ancianos, que su vida sea un canto confiado y agradecido por los años pasados.

5.      Por los enfermos terminales, para que, en estos últimos instantes de la vida, se preparen con serenidad y fe.

6.      Por el descanso eterno de nuestros difuntos.

 

 

Oración

María, Madre Inmaculada,

tu sí incondicional al Padre nos regaló al Salvador,

fuente de vida y de plenitud.

Acudimos a ti,

desde lo más hondo de la vida,

y encomendamos a tu maternal sensibilidad

a quienes están viviendo el tiempo amargo de la enfermedad,

y a quienes cuidan, curan y acompañan.

María, Madre de esperanza,

levanta a los que se encuentran postrados y sin aliento,

infunde calor de vida en quienes han perdido la ilusión,

acompaña a cuantos sufren la soledad.

Que encuentren Gracia en la desgracia,

salud en la enfermedad,

compañía en la soledad,

paz y serenidad en la angustia,

luz y sentido en las preguntas sin respuesta.

Que nunca les falte un corazón

que escucha, comprende, alivia y acompaña.

Amén.

 

Campaña del Enfermo 2010 


RESPONSO

Sacerdote: -No te acuerdes, Señor, de nuestros pecados.

R.-Cuando vengas a juzgar al mundo

 

Sacerdote: -Señor, Dios nuestro, dirige nuestros pasos en tu presencia.

R.-Cuando vengas a juzgar al mundo

 

Sacerdote: -Dales, Señor, el descanso eterno y brille para ellos la luz eterna

R.-Cuando vengas a juzgar al mundo

 

Sacerdote: -Señor, ten piedad

R.-Señor, ten piedad.

 

Sacerdote: -Cristo, ten piedad.

R.-Cristo, ten piedad.

 

Sacerdote: -Señor, ten piedad

R.-Señor, ten piedad.

 

Todos: Padre nuestro...

 

Sacerdote: -Libra, Señor, sus almas

R.-De las penas del infierno

 

Sacerdote: -Descansen en paz

R.-Amén

 

Sacerdote: -Señor, escucha nuestra oración

R.-Y llegue a ti nuestro clamor.

 

Sacerdote: -El Señor esté con vosotros

R.-Y con tu espíritu

 

Sacerdote: Oremos: Te rogamos, Señor, que absuelvas las almas de tus siervos difuntos de todo vínculo de pecado, para que vivan en la gloria de la resurrección, entre tus santos y elegidos. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén

 

Sacerdote: -Dales, Señor, el descanso eterno

R.-Y brille para ellos la luz eterna

 

Sacerdote: -Descansen en paz

R.-Amén

 

Sacerdote: -Sus almas y las almas de todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.

R.-Amén