Finalizamos este camino y nos preparamos para que mañana celebremos el solemne funeral de Ánimas. Tendremos las Misas a las 10 en Prado da Canda, a las 11 en A Franqueira y a las 12,15 en A Lamosa
DIA NOVENO
NUESTRA ORACIÓN POR LOS DIFUNTOS
Del libro del Apocalipsis: (Ap 21,1 -5)
Vi un cielo nuevo y una tierra nueva. El primer cielo y la
primera tierra han desaparecido, el mar ya no existe. Vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén,
bajando del cielo, de Dios, preparada como novia que se arregla para el novio.
Oí una voz potente que salía del trono:
-Mira la morada de Dios entre los hombres: morará con
ellos; ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos. Les enjugará las
lágrimas de los ojos. Ya no habrá muerte ni pena ni llanto ni dolor. Todo lo
antiguo ha pasado. El que estaba sentado en el trono dijo:
-Mira, renuevo el universo.
Este
último día de la novena proponemos parte de las palabras del Papa Beato Juan Pablo
II pronunciadas en el Cementerio de la Almudena de Madrid el 2 de noviembre de
1982. Nuestra oración por los fieles difuntos es una muestra de la comunión que
traspasa el tiempo y el espacio. Ellos son también miembros de la Iglesia y,
con ellos, y por ellos, en Cristo ponemos nuestra plegaria. Nuestra acción de
gracias es fruto también de lo que ellos han hecho por nosotros. Nuestra
petición por ellos es un gesto de caridad.
Cristo, garante de la
comunión, ha querido vivir en su carne la experiencia de nuestra muerte, para
triunfar sobre ella, incluso con ventaja para nosotros, con el acontecimiento
prodigioso de la resurrección. “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?
No está aquí; ha resucitado”. El anuncio de los Ángeles, proclamado en aquella
mañana de Pascua junto al sepulcro vacío, ha llegado a través de los siglos
hasta nosotros. Ese anuncio nos propone, también en esta asamblea litúrgica, el
motivo esencial de nuestra esperanza. En efecto, “si hemos muerto con Cristo
—nos recuerda San Pablo, aludiendo a lo que ha tenido lugar en el bautismo—
creemos que también viviremos con El”.
Corroborados en esta
certeza, elevamos al cielo —aun entre las tumbas de un cementerio— el canto
gozoso del Aleluya, que es el canto de la victoria. Nuestros difuntos “viven
con Cristo”, después de haber sido sepultados con El en la muerte. Para ellos
el tiempo de la prueba ha terminado, dejando el puesto al tiempo de la
recompensa. Por esto —a pesar de la sombra de tristeza provocada por la
nostalgia de su presencia visible— nos alegramos al saber que han llegado ya a
la serenidad de la “patria”.
Sin embargo, como también ellos han sido
partícipes de la fragilidad propia de todo ser humano, sentimos el deber —que
es a la vez una necesidad del corazón— de ofrecerles la ayuda afectuosa de
nuestra oración, a fin de que cualquier eventual residuo de debilidad humana,
que todavía pudiera retrasar su encuentro feliz con Dios, sea definitivamente
borrado.
En
Cristo resucitado elevemos nuestra oración diciendo:
Cristo resucitado escúchanos.
1.
Por los sacerdotes y
consagrados difuntos, para que vivan la eterna bienaventuranza.
2.
Por los padres y
familiares, para que sean acogidos en el hogar del cielo.
3.
Por los fallecidos
en la juventud o trágicamente, para que vivan la eterna juventud.
4.
Por los niños y
adolescentes, para que en el cielo canten eternamente las alabanzas del Señor.
5.
Por los que nadie
recuerda en sus oraciones.
6.
Por el descanso
eterno de todos los difuntos.
Oración de San Francisco de Asís.
Señor,
hazme un instrumento de tu paz:
allí donde haya odio, que yo ponga el amor,
allí donde haya ofensa, que yo ponga el perdón;
allí donde haya discordia, que yo ponga la unión;
allí donde haya error, que yo ponga la verdad;
allí donde haya duda, que yo ponga la fe;
allí donde haya desesperación, que yo ponga la esperanza;
allí donde haya tinieblas, que yo ponga la luz;
allí donde haya tristeza, que yo ponga alegría.
Señor,
haz que yo busque:
consolar y no ser consolado,
comprender y no ser comprendido,
amar y no ser amado.
Porque:
dando es como se recibe,
olvidándose de sí es como uno se encuentra,
perdonando es como se recibe el perdón,
y muriendo
es como se resucita a la Vida.
RESPONSO
Sacerdote: -No te acuerdes, Señor,
de nuestros pecados.
R.-Cuando
vengas a juzgar al mundo
Sacerdote: -Señor,
Dios nuestro, dirige nuestros pasos en tu presencia.
R.-Cuando
vengas a juzgar al mundo
Sacerdote: -Dales,
Señor, el descanso eterno y brille para ellos la luz eterna
R.-Cuando
vengas a juzgar al mundo
Sacerdote: -Señor,
ten piedad
R.-Señor,
ten piedad.
Sacerdote: -Cristo,
ten piedad.
R.-Cristo,
ten piedad.
Sacerdote: -Señor,
ten piedad
R.-Señor,
ten piedad.
Todos:
Padre nuestro...
Sacerdote: -Libra,
Señor, sus almas
R.-De las penas del infierno
Sacerdote: -Descansen
en paz
R.-Amén
Sacerdote: -Señor,
escucha nuestra oración
R.-Y llegue a ti nuestro clamor.
Sacerdote: -El
Señor esté con vosotros
R.-Y con tu espíritu
Sacerdote: Oremos: Te rogamos,
Señor, que absuelvas las almas de tus siervos difuntos de todo vínculo de
pecado, para que vivan en la gloria de la resurrección, entre tus santos y
elegidos. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén
Sacerdote: -Dales,
Señor, el descanso eterno
R.-Y brille para ellos la luz eterna
Sacerdote: -Descansen
en paz
R.-Amén
Sacerdote: -Sus
almas y las almas de todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios,
descansen en paz.
R.-Amén
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