domingo, 15 de noviembre de 2020

EL PAPA TIENE UN MENSAJE PARA TI. LEELO

 


Este domingo tiene un carácter  muy especial desde hace cuatro años cuando el Papa Francisco decidió dedicar este domingo a un jornada a los pobres. Te invito a leer el mensaje que nos envía a todos. Vale la pena pararse unos minutos en este comienzo del domingo y repasar la realidades de pobreza, y a los pobres que conozco. ¿Sabes como se llama el que pide a la puerta del súper y cual es su historia? el que abre la puerta de tu iglesia con amabilidad y saludando esperando que le gratifiques con una moneda, ¿dónde duerme?, el que limpia los parabrisas en el semáforo, o hace malabarismos ?¿que estudios terminó?, el que pasea con la mirada perdida y se sienta en un banco cada día, esperando, viendo comer a las palomas, ¿sabes si estuvo casado o tiene hijos?. La pobre no son estadísticas ni estrategias, es la vida de personas golpeadas por la divisiones e injusticias, por los miedos y cobardías. 

El espacio que se coloca entre el pobre y yo no es un muro infranqueable, es una oportunidad de encuentro, de ser aprendido por la experiencia de la vida. Os dejo las palabras del papa Francisco sobre esta jornada. Que sea semilla en tierra buena


MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO

IV JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES

Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario

15 de noviembre de 2020

“Tiende tu mano al pobre” (cf. Si 7,32)

“Tiende tu mano al pobre” (cf. Si 7,32). La antigua sabiduría ha formulado estas palabras como un

código sagrado a seguir en la vida. Hoy resuenan con todo su significado para ayudarnos también

a nosotros a poner nuestra mirada en lo esencial y a superar las barreras de la indiferencia. La

pobreza siempre asume rostros diferentes, que requieren una atención especial en cada situación

particular; en cada una de ellas podemos encontrar a Jesús, el Señor, que nos reveló estar

presente en sus hermanos más débiles (cf. Mt 25,40).

1. Tomemos en nuestras manos el Eclesiástico, también conocido como Sirácida, uno de los

libros del Antiguo Testamento. Aquí encontramos las palabras de un sabio maestro que vivió unos

doscientos años antes de Cristo. Él buscaba la sabiduría que hace a los hombres mejores y

capaces de escrutar en profundidad las vicisitudes de la vida. Lo hizo en un momento de dura

prueba para el pueblo de Israel, un tiempo de dolor, luto y miseria causado por el dominio de las

potencias extranjeras. Siendo un hombre de gran fe, arraigado en las tradiciones de sus

antepasados, su primer pensamiento fue dirigirse a Dios para pedirle el don de la sabiduría. Y el

Señor le ayudó.

Desde las primeras páginas del libro, el Sirácida expone sus consejos sobre muchas situaciones

concretas de la vida, y la pobreza es una de ellas. Insiste en el hecho de que en la angustia hay

que confiar en Dios: «Endereza tu corazón, mantente firme y no te angusties en tiempo de

adversidad. Pégate a él y no te separes, para que al final seas enaltecido. Todo lo que te

sobrevenga, acéptalo, y sé paciente en la adversidad y en la humillación. Porque en el fuego se

prueba el oro, y los que agradan a Dios en el horno de la humillación. En las enfermedades y en

la pobreza pon tu confianza en él. Confía en él y él te ayudará, endereza tus caminos y espera en

él. Los que teméis al Señor, aguardad su misericordia y no os desviéis, no sea que caigáis» (2,2-

7).

2. Página tras página, descubrimos un precioso compendio de sugerencias sobre cómo actuar a

la luz de una relación íntima con Dios, creador y amante de la creación, justo y providente con

todos sus hijos. Sin embargo, la constante referencia a Dios no impide mirar al hombre concreto;

al contrario, las dos cosas están estrechamente relacionadas.

Lo demuestra claramente el pasaje del cual se toma el título de este Mensaje (cf. 7,29-36). La

oración a Dios y la solidaridad con los pobres y los que sufren son inseparables. Para celebrar un

culto que sea agradable al Señor, es necesario reconocer que toda persona, incluso la más

indigente y despreciada, lleva impresa en sí la imagen de Dios. De tal atención deriva el don de la

bendición divina, atraída por la generosidad que se practica hacia el pobre. Por lo tanto, el tiempo

que se dedica a la oración nunca puede convertirse en una coartada para descuidar al prójimo

necesitado; sino todo lo contrario: la bendición del Señor desciende sobre nosotros y la oración

logra su propósito cuando va acompañada del servicio a los pobres.

3. ¡Qué actual es esta antigua enseñanza, también para nosotros! En efecto, la Palabra de Dios

va más allá del espacio, del tiempo, de las religiones y de las culturas. La generosidad que

sostiene al débil, consuela al afligido, alivia los sufrimientos, devuelve la dignidad a los privados

de ella, es una condición para una vida plenamente humana. La opción por dedicarse a los

pobres y atender sus muchas y variadas necesidades no puede estar condicionada por el tiempo

a disposición o por intereses privados, ni por proyectos pastorales o sociales desencarnados. El

poder de la gracia de Dios no puede ser sofocado por la tendencia narcisista a ponerse siempre

uno mismo en primer lugar.

Mantener la mirada hacia el pobre es difícil, pero muy necesario para dar a nuestra vida personal

y social la dirección correcta. No se trata de emplear muchas palabras, sino de comprometer

concretamente la vida, movidos por la caridad divina. Cada año, con la Jornada Mundial de los

Pobres, vuelvo sobre esta realidad fundamental para la vida de la Iglesia, porque los pobres están

y estarán siempre con nosotros (cf. Jn 12,8) para ayudarnos a acoger la compañía de Cristo en

nuestra vida cotidiana.

4. El encuentro con una persona en condición de pobreza siempre nos provoca e interroga.

¿Cómo podemos ayudar a eliminar o al menos aliviar su marginación y sufrimiento? ¿Cómo

podemos ayudarla en su pobreza espiritual? La comunidad cristiana está llamada a involucrarse

en esta experiencia de compartir, con la conciencia de que no le está permitido delegarla a otros.

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Y para apoyar a los pobres es fundamental vivir la pobreza evangélica en primera persona. No

podemos sentirnos “bien” cuando un miembro de la familia humana es dejado al margen y se

convierte en una sombra. El grito silencioso de tantos pobres debe encontrar al pueblo de Dios en

primera línea, siempre y en todas partes, para darles voz, defenderlos y solidarizarse con ellos

ante tanta hipocresía y tantas promesas incumplidas, e invitarlos a participar en la vida de la

comunidad.

Es cierto, la Iglesia no tiene soluciones generales que proponer, pero ofrece, con la gracia de

Cristo, su testimonio y sus gestos de compartir. También se siente en la obligación de presentar

las exigencias de los que no tienen lo necesario para vivir. Recordar a todos el gran valor del bien

común es para el pueblo cristiano un compromiso de vida, que se realiza en el intento de no

olvidar a ninguno de aquellos cuya humanidad es violada en las necesidades fundamentales.

5. Tender la mano hace descubrir, en primer lugar, a quien lo hace, que dentro de nosotros existe

la capacidad de realizar gestos que dan sentido a la vida. ¡Cuántas manos tendidas se ven cada

día! Lamentablemente, sucede cada vez más a menudo que la prisa nos arrastra a una vorágine

de indiferencia, hasta el punto de que ya no se sabe más reconocer todo el bien que

cotidianamente se realiza en el silencio y con gran generosidad. Así sucede que, sólo cuando

ocurren hechos que alteran el curso de nuestra vida, nuestros ojos se vuelven capaces de

vislumbrar la bondad de los santos “de la puerta de al lado”, «de aquellos que viven cerca de

nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 7), pero de

los que nadie habla. Las malas noticias son tan abundantes en las páginas de los periódicos, en

los sitios de internet y en las pantallas de televisión, que nos convencen que el mal reina

soberano. No es así. Es verdad que está siempre presente la maldad y la violencia, el abuso y la

corrupción, pero la vida está entretejida de actos de respeto y generosidad que no sólo

compensan el mal, sino que nos empujan a ir más allá y a estar llenos de esperanza.

6. Tender la mano es un signo: un signo que recuerda inmediatamente la proximidad, la

solidaridad, el amor. En estos meses, en los que el mundo entero ha estado como abrumado por

un virus que ha traído dolor y muerte, desaliento y desconcierto, ¡cuántas manos tendidas hemos

podido ver! La mano tendida del médico que se preocupa por cada paciente tratando de encontrar

el remedio adecuado. La mano tendida de la enfermera y del enfermero que, mucho más allá de

sus horas de trabajo, permanecen para cuidar a los enfermos. La mano tendida del que trabaja en

la administración y proporciona los medios para salvar el mayor número posible de vidas. La

mano tendida del farmacéutico, quién está expuesto a tantas peticiones en un contacto

arriesgado con la gente. La mano tendida del sacerdote que bendice con el corazón desgarrado.

La mano tendida del voluntario que socorre a los que viven en la calle y a los que, a pesar de

tener un techo, no tienen comida. La mano tendida de hombres y mujeres que trabajan para

proporcionar servicios esenciales y seguridad. Y otras manos tendidas que podríamos describir

hasta componer una letanía de buenas obras. Todas estas manos han desafiado el contagio y el

miedo para dar apoyo y consuelo.

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7. Esta pandemia llegó de repente y nos tomó desprevenidos, dejando una gran sensación de

desorientación e impotencia. Sin embargo, la mano tendida hacia el pobre no llegó de repente.

Ella, más bien, ofrece el testimonio de cómo nos preparamos a reconocer al pobre para

sostenerlo en el tiempo de la necesidad. Uno no improvisa instrumentos de misericordia. Es

necesario un entrenamiento cotidiano, que proceda de la conciencia de lo mucho que

necesitamos, nosotros los primeros, de una mano tendida hacia nosotros.

Este momento que estamos viviendo ha puesto en crisis muchas certezas. Nos sentimos más

pobres y débiles porque hemos experimentado el sentido del límite y la restricción de la libertad.

La pérdida de trabajo, de los afectos más queridos y la falta de las relaciones interpersonales

habituales han abierto de golpe horizontes que ya no estábamos acostumbrados a observar.

Nuestras riquezas espirituales y materiales fueron puestas en tela de juicio y descubrimos que

teníamos miedo. Encerrados en el silencio de nuestros hogares, redescubrimos la importancia de

la sencillez y de mantener la mirada fija en lo esencial. Hemos madurado la exigencia de una

nueva fraternidad, capaz de ayuda recíproca y estima mutua. Este es un tiempo favorable para

«volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los

demás y por el mundo [...]. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de

la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad [...]. Esa destrucción de todo fundamento de la

vida social termina enfrentándonos unos con otros para preservar los propios intereses, provoca

el surgimiento de nuevas formas de violencia y crueldad e impide el desarrollo de una verdadera

cultura del cuidado del ambiente» (Carta enc. Laudato si’, 229). En definitiva, las graves crisis

económicas, financieras y políticas no cesarán mientras permitamos que la responsabilidad que

cada uno debe sentir hacia al prójimo y hacia cada persona permanezca aletargada.

8. “Tiende la mano al pobre” es, por lo tanto, una invitación a la responsabilidad y un compromiso

directo de todos aquellos que se sienten parte del mismo destino. Es una llamada a llevar las

cargas de los más débiles, como recuerda san Pablo: «Mediante el amor, poneos al servicio los

unos de los otros. Porque toda la Ley encuentra su plenitud en un solo precepto: Amarás a tu

prójimo como a ti mismo. [...] Llevad las cargas los unos de los otros» (Ga 5,13-14; 6,2). El

Apóstol enseña que la libertad que nos ha sido dada con la muerte y la resurrección de Jesucristo

es para cada uno de nosotros una responsabilidad para ponernos al servicio de los demás,

especialmente de los más débiles. No se trata de una exhortación opcional, sino que condiciona

de la autenticidad de la fe que profesamos.

El libro del Eclesiástico viene otra vez en nuestra ayuda: sugiere acciones concretas para apoyar

a los más débiles y también utiliza algunas imágenes evocadoras. En un primer momento toma

en consideración la debilidad de cuantos están tristes: «No evites a los que lloran» (7,34). El

período de la pandemia nos obligó a un aislamiento forzoso, incluso impidiendo que pudiéramos

consolar y permanecer cerca de amigos y conocidos afligidos por la pérdida de sus seres

queridos. Y sigue diciendo el autor sagrado: «No dejes de visitar al enfermo» (7,35). Hemos

experimentado la imposibilidad de estar cerca de los que sufren, y al mismo tiempo hemos

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tomado conciencia de la fragilidad de nuestra existencia. En resumen, la Palabra de Dios nunca

nos deja tranquilos y continúa estimulándonos al bien.

9. “Tiende la mano al pobre” destaca, por contraste, la actitud de quienes tienen las manos en los

bolsillos y no se dejan conmover por la pobreza, de la que a menudo son también cómplices. La

indiferencia y el cinismo son su alimento diario. ¡Qué diferencia respecto a las generosas manos

que hemos descrito! De hecho, hay manos tendidas para rozar rápidamente el teclado de una

computadora y mover sumas de dinero de una parte del mundo a otra, decretando la riqueza de

estrechas oligarquías y la miseria de multitudes o el fracaso de naciones enteras. Hay manos

tendidas para acumular dinero con la venta de armas que otras manos, incluso de niños, usarán

para sembrar muerte y pobreza. Hay manos tendidas que en las sombras intercambian dosis de

muerte para enriquecerse y vivir en el lujo y el desenfreno efímero. Hay manos tendidas que por

debajo intercambian favores ilegales por ganancias fáciles y corruptas. Y también hay manos

tendidas que, en el puritanismo hipócrita, establecen leyes que ellos mismos no observan.

En este panorama, «los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que

excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una

globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos

ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa

cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe» (Exhort. ap.

Evangelii gaudium, 54). No podemos ser felices hasta que estas manos que siembran la muerte

se transformen en instrumentos de justicia y de paz para el mundo entero.

10. «En todas tus acciones, ten presente tu final» (Si 7,36). Esta es la expresión con la que el

Sirácida concluye su reflexión. El texto se presta a una doble interpretación. La primera hace

evidente que siempre debemos tener presente el fin de nuestra existencia. Acordarse de nuestro

destino común puede ayudarnos a llevar una vida más atenta a quien es más pobre y no ha

tenido las mismas posibilidades que nosotros. Existe también una segunda interpretación, que

evidencia más bien el propósito, el objetivo hacia el que cada uno tiende. Es el fin de nuestra vida

que requiere un proyecto a realizar y un camino a recorrer sin cansarse. Y bien, la finalidad de

cada una de nuestras acciones no puede ser otra que el amor. Este es el objetivo hacia el que

nos dirigimos y nada debe distraernos de él. Este amor es compartir, es dedicación y servicio,

pero comienza con el descubrimiento de que nosotros somos los primeros amados y movidos al

amor. Este fin aparece en el momento en que el niño se encuentra con la sonrisa de la madre y

se siente amado por el hecho mismo de existir. Incluso una sonrisa que compartimos con el pobre

es una fuente de amor y nos permite vivir en la alegría. La mano tendida, entonces, siempre

puede enriquecerse con la sonrisa de quien no hace pesar su presencia y la ayuda que ofrece,

sino que sólo se alegra de vivir según el estilo de los discípulos de Cristo.

En este camino de encuentro cotidiano con los pobres, nos acompaña la Madre de Dios que, de

modo particular, es la Madre de los pobres. La Virgen María conoce de cerca las dificultades y

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sufrimientos de quienes están marginados, porque ella misma se encontró dando a luz al Hijo de

Dios en un establo. Por la amenaza de Herodes, con José su esposo y el pequeño Jesús huyó a

otro país, y la condición de refugiados marcó a la sagrada familia durante algunos años. Que la

oración a la Madre de los pobres pueda reunir a sus hijos predilectos y a cuantos les sirven en el

nombre de Cristo. Y que esta misma oración transforme la mano tendida en un abrazo de

comunión y de renovada fraternidad.

Roma, en San Juan de Letrán, 13 de junio de 2020, memoria


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