El pasado viernes, Solemnidad de la Anunciación del Señor, nos unimos como Iglesia suplicante pidiendo por medio de María la paz. Con el Papa Francisco rezamos la oración de consagración al Inmaculado Corazón de María. Una extensa plegaria, que os enviamos en este mensaje para que lo recéis en vuestros hogares. Este domingo lo haremos también en las parroquias. Nos consagramos a María para identificarnos con su corazón: limpio, pues de quienes es así el corazón verán a Dios. Y podremos verlo en la cotidianidad de cada día, lleno del nerviosismo que producen las noticias de terror que proceden del este europeo. Limpio como el de María, confiado, que se abre a la acogida de la Palabra que lo llena todo del sentido de la Verdad que es su Hijo. Limpio, que es lucidez, que deshecha lo que oscurece la Luz de Dios. Limpio, que es acción, de llevar esperanza y alegría en el servicio por los demás. Limpio, constante, que sabe asumir los riesgos de cada momento. Limpio, que es fortaleza, que permanece al lado de la cruz. Limpio, que es espera, consciente de nada puede derrotar el amor de Dios. Limpio, que es victoria, la que definitivamente hace de María la partícipe del Reino de los Cielos.
Un corazón como el tuyo, María, para ser corazón que palpita al latido de la esperanza de la paz.
Texto de la Consagración.
ACTO DE CONSAGRACIÓN AL CORAZÓN
INMACULADO DE MARÍA
Oh María, Madre de Dios y Madre
nuestra, nosotros, en esta hora de tribulación, recurrimos a ti. Tú eres
nuestra Madre, nos amas y nos conoces, nada de lo que nos preocupa se te
oculta. Madre de misericordia, muchas veces hemos experimentado tu ternura
providente, tu presencia que nos devuelve la paz, porque tú siempre nos llevas
a Jesús, Príncipe de la paz.
Nosotros hemos perdido la senda de la
paz. Hemos olvidado la lección de las tragedias del siglo pasado, el sacrificio
de millones de caídos en las guerras mundiales. Hemos desatendido los
compromisos asumidos como Comunidad de Naciones y estamos traicionando los
sueños de paz de los pueblos y las esperanzas de los jóvenes. Nos hemos
enfermado de avidez, nos hemos encerrado en intereses nacionalistas, nos hemos
dejado endurecer por la indiferencia y paralizar por el egoísmo. Hemos
preferido ignorar a Dios, convivir con nuestras falsedades, alimentar la
agresividad, suprimir vidas y acumular armas, olvidándonos de que somos
custodios de nuestro prójimo y de nuestra casa común. Hemos destrozado con la
guerra el jardín de la tierra, hemos herido con el pecado el corazón de nuestro
Padre, que nos quiere hermanos y hermanas. Nos hemos vuelto indiferentes a
todos y a todo, menos a nosotros mismos. Y con vergüenza decimos: perdónanos,
Señor.
En la miseria del pecado, en nuestros
cansancios y fragilidades, en el misterio de la iniquidad del mal y de la
guerra, tú, Madre Santa, nos recuerdas que Dios no nos abandona, sino que
continúa mirándonos con amor, deseoso de perdonarnos y levantarnos de nuevo. Es
Él quien te ha entregado a nosotros y ha puesto en tu Corazón inmaculado un
refugio para la Iglesia y para la humanidad. Por su bondad divina estás con nosotros,
e incluso en las vicisitudes más adversas de la historia nos conduces con
ternura.
Por eso recurrimos a ti, llamamos a
la puerta de tu Corazón, nosotros, tus hijos queridos que no te cansas jamás de
visitar e invitar a la conversión. En esta hora oscura, ven a socorrernos y
consolarnos. Repite a cada uno de nosotros: “¿Acaso no estoy yo aquí, que soy
tu Madre?”. Tú sabes cómo desatar los enredos de nuestro corazón y los nudos de
nuestro tiempo. Ponemos nuestra confianza en ti. Estamos seguros de que tú,
sobre todo en estos momentos de prueba, no desprecias nuestras súplicas y
acudes en nuestro auxilio.
Así lo hiciste en Caná de Galilea,
cuando apresuraste la hora de la intervención de Jesús e introdujiste su primer
signo en el mundo. Cuando la fiesta se había convertido en tristeza le dijiste:
«No tienen vino» (Jn 2,3). Repíteselo otra vez a Dios, oh Madre, porque hoy
hemos terminado el vino de la esperanza, se ha desvanecido la alegría, se ha
aguado la fraternidad. Hemos perdido la humanidad, hemos estropeado la paz. Nos
hemos vuelto capaces de todo tipo de violencia y destrucción. Necesitamos
urgentemente tu ayuda materna.
Acoge, oh Madre, nuestra súplica.
Tú, estrella del mar, no nos dejes
naufragar en la tormenta de la guerra.
Tú, arca de la nueva alianza, inspira
proyectos y caminos de reconciliación.
Tú, “tierra del Cielo”, vuelve a
traer la armonía de Dios al mundo.
Extingue el odio, aplaca la venganza,
enséñanos a perdonar.
Líbranos de la guerra, preserva al
mundo de la amenaza nuclear.
Reina del Rosario, despierta en
nosotros la necesidad de orar y de amar.
Reina de la familia humana, muestra a
los pueblos la senda de la fraternidad.
Reina de la paz, obtén para el mundo
la paz.
Que tu llanto, oh Madre, conmueva
nuestros corazones endurecidos. Que las lágrimas que has derramado por nosotros
hagan florecer este valle que nuestro odio ha secado. Y mientras el ruido de
las armas no enmudece, que tu oración nos disponga a la paz. Que tus manos
maternas acaricien a los que sufren y huyen bajo el peso de las bombas. Que tu
abrazo materno consuele a los que se ven obligados a dejar sus hogares y su
país. Que tu Corazón afligido nos mueva a la compasión, nos impulse a abrir
puertas y a hacernos cargo de la humanidad herida y descartada.
Santa Madre de Dios, mientras estabas
al pie de la cruz, Jesús, viendo al discípulo junto a ti, te dijo: «Ahí tienes
a tu hijo» (Jn 19,26), y así nos encomendó a ti. Después dijo al discípulo, a
cada uno de nosotros: «Ahí tienes a tu madre» (v. 27). Madre, queremos acogerte
ahora en nuestra vida y en nuestra historia. En esta hora la humanidad, agotada
y abrumada, está contigo al pie de la cruz. Y necesita encomendarse a ti,
consagrarse a Cristo a través de ti. El pueblo ucraniano y el pueblo ruso, que
te veneran con amor, recurren a ti, mientras tu Corazón palpita por ellos y por
todos los pueblos diezmados a causa de la guerra, el hambre, las injusticias y
la miseria.
Por eso, Madre de Dios y nuestra,
nosotros solemnemente encomendamos y consagramos a tu Corazón inmaculado
nuestras personas, la Iglesia y la humanidad entera, de manera especial Rusia y
Ucrania. Acoge este acto nuestro que realizamos con confianza y amor, haz que
cese la guerra, provee al mundo de paz. El “sí” que brotó de tu Corazón abrió
las puertas de la historia al Príncipe de la paz; confiamos que, por medio de
tu Corazón, la paz llegará. A ti, pues, te consagramos el futuro de toda la
familia humana, las necesidades y las aspiraciones de los pueblos, las
angustias y las esperanzas del mundo.
Que a través de ti la divina
Misericordia se derrame sobre la tierra, y el dulce latido de la paz vuelva a
marcar nuestras jornadas. Mujer del sí, sobre la que descendió el Espíritu
Santo, vuelve a traernos la armonía de Dios. Tú que eres “fuente viva de esperanza”,
disipa la sequedad de nuestros corazones. Tú que has tejido la humanidad de
Jesús, haz de nosotros constructores de comunión. Tú que has recorrido nuestros
caminos, guíanos por sendas de paz. Amén.
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