domingo, 5 de julio de 2015

PROFETA




El Evangelio nos sitúa a Jesús  en su pueblo natal. Acude a la sinagoga, como es habitual, para participar en la escucha de la Ley y los Profetas, y allí, se manifiesta a sus paisanos. La palabra que pronuncia fue de tal  magnitud que asombró y escandalizó. le costaba aceptar que aquel hombre, carpintero, artesano, que no había ido a ninguna academia rabínica, un hombre de pueblo, pudiese decir tantas maravillas. 
No es extraño escuchar esto en la época de Jesús, porque, hoy nos sigue pasando, con lo que continuamente nos descubrimos incrédulos ante la intervención de Dios en la realidad cotidiana. No es raro escuchar críticas y comentarios como "ahora este viene a decirnos lo que tenemos que hacer", o, "quien es este, si lo hemos visto crecer y de pequeño ya hacía tal cosa o tal otra", o, "si te aplicaras a ti mismo y nos dejases en paz". 
Desde el bautismo hemos sido configurados en Cristo profetas, mensajeros de la Buena Noticia, somos en Cristo profetas de la Palabra, y, no lo hacemos poniéndonos a viva voz, sino, con una vida que manifieste esa intervención de Dios. Un profetismo que anuncia la novedad del Reino y denuncia el pecado del hombre.Un profetismo que se pone a la altura del corazón necesitado y le transmite palabras de esperanza. Un profetismo simbólico que representa la verdad y la belleza de lo que recibimos. Un profetismo que grita en medio del mundo un cambio de vida y que reclama de todos unas actitudes nuevas. Un profetismo, el que hemos recibido del Señor, para acompañar al hombre en su peregrinación.
Ya sabemos que nos dirán que nos callemos, o que algo buscamos con esto, o que si nos conviene, o si no tenemos otra cosa que hacer. Pero, si tú y yo, que hemos recibido del Señor esta misión,. si somos miembros de una Iglesia profética que no puede callar la verdad, si nosotros, por respetos humanos o por vergüenza o por reparo a lo que dirán, no proclamamos y vivimos la verdad , la belleza y la alegría del Evangelio, si no lo hacemos ¿quién lo hará?.

Nosa Señora da Franqueira, como te costou Virxe María, aceptar as faladuría e as críticas dos teus veciños cando che viñan dicir que o teu fillo Xesús estaba tolo, que a ver que lle ensinarades, e cousas parecidas. En troques, ti, sabías calar e esperar, pois recoñecías na acción e na palabra do teu Fillo a chegada do Reino e cumprimento das promesas. Axúdanos, naiciña, a sermos discretos e ter paciencia coas contrariedades. 

Feliz domingo
Javier Alonso
A Franqueira
05-07-15

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