Todos necesitamos ritos en nuestras vidas, no solo los comunes a todos, los sociales o culturales, y por supuesto los religiosos. Pues en el mundo particular establecemos una serie de rituales que nos ayudan a vivir el día a día; véase por ejemplo: ver un foto de un familiar fallecido y tocarla, colocar flores, encender una vela, signarse al salir de casa o al empezar un viaje, arrodillarse, juntar las manos en actitud de oración, ver al cielo... En nuestras familias establecemos ritos que refuerzan más nuestros vínculos y que afloran en las festividades o en fechas determinadas para la familia. Los ritos han quedado, en el ámbito de la fe, para muchos en los rituales oficiales de los sacramentos y se han dejado a un lado las costumbres por tacharlas de supersticiosas o simplistas, o porque necesitan ser adecuadas a los tiempos. Yo observo, y tengo que decir que a veces sorprendido positivamente y otras escandalizado, los rituales que los devotos hacemos a veces en el santuario. Me emocione ver a niños con su sencillez, pero con una enorme confianza, tocar el manto de la Virgen o pasar por debajo de la Imagen, viéndolo todo y empapándose de esa nueva experiencia. Enfermos que se agarran, tocan, lloran. Lo que me escandaliza es el ver personas que pasan yendo de charla o cunado le están explicando todo y contando sus aventuras y se olvidan de la Virgen. Todos necesitamos ritos, pero necesitamos vivirlos como expresión corporal de nuestra oración, como prolongación de nuestra súplica, nuestra acción de gracias, nuestra alabanza. Es el atrevimiento de acercarse a lo divino con respeto y devoción, con confianza y sobrecogimiento.
El texto del evangelio de hoy nos describe que todas aquellas gentes, venidas de tantos lugares, con sus enfermos, los mismos poseídos, todos querían estar con Jesús. Todos querían tocarlo, sentir su fuerza, sanarse. ¿Es magia, superstición?. Es lo propio de nosotros. En la tele no es extraño ver en las informaciones deportivas o en algunos eventos como los fans o los hinchas quieren tocar a su ídolo y se emocionan. ¿A quién no le gustaría tocar, estrechar la mano o incluso abrazar al Papa?, ¿quién no quisiera estar al lado de quien admira y venera?
Yo, con mi poca fe, necesito muchas veces tocar para creer, como Tomás "meter en dedo en la herida de sus clavos". Necesitamos vivir nuestros ritos, pero con respeto y emoción, exteriorizar lo que está dentro de nosotros.
Aquellas gentes querían tocar a Jesús, yo también, y lo puedo tocar en una imagen del Crucificado o en la cruz de un hermano que sufre, lo puedo tocar en la mirada de su imagen o en la del enfermo que padece.
Nota: Cuidado con la superstición de los que dicen si haces esto o aquello ya te curas, cuidado con los engaños y mentiras de los aprovechados de las necesidades de los débiles.
Nos encomendamos a la Virgen.
Feliz día.
Javier Alonso
A Franqueira
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