Esta mañana Europa se ha despertado con el ruido de bombas. Una vez más comprobamos la fragilidad de la condición humana que, agotado el diálogo, se enfrenta abiertamente, convirtiendo a los ciudadanos en víctimas y a la familia humana en espacio de enfrentamiento. Una vez más, Europa y el mundo, ven con impotencia como la violencia escribe con sangre inocente una nueva página de la historia.
Esta mañana, con el transistor que vomita información y comentarios, en un momento de silencio y en mi oración, pongo la mirada a mi biografía y veo un montón de guerras de las que soy consciente: Las Malvinas, los Balcanes, los grandes lagos en África, el el este asiático, en Sudán, la Guerra del Golfo, Afganistán... y eso en un momento las que me vienen de repente a la memoria. Y pensé, ¿qué postura tomé? ¿qué hice?... pues ahora que contemplamos atónitos una guerra mundial a pedazos como dice el papa (Fratelli tutti 259) no podemos quedarnos como observadores, ni espectadores, sino constructores de la paz. Estos días compartiré con vosotros algunos textos que nos ayuden a la oración.
. Puesto que se están creando nuevamente las condiciones para la proliferación de guerras, recuerdo que «la guerra es la negación de todos los derechos y una dramática agresión al ambiente. Si se quiere un verdadero desarrollo humano integral para todos, se debe continuar incansablemente con la tarea de evitar la guerra entre las naciones y los pueblos. Para tal fin hay que asegurar el imperio incontestado del derecho y el infatigable recurso a la negociación, a los buenos oficios y al arbitraje, como propone la Carta de las Naciones Unidas, verdadera norma jurídica fundamental». Quiero destacar que los 75 años de las Naciones Unidas y la experiencia de los primeros 20 años de este milenio, muestran que la plena aplicación de las normas internacionales es realmente eficaz, y que su incumplimiento es nocivo. La Carta de las Naciones Unidas, respetada y aplicada con transparencia y sinceridad, es un punto de referencia obligatorio de justicia y un cauce de paz. Pero esto supone no disfrazar intenciones espurias ni colocar los intereses particulares de un país o grupo por encima del bien común mundial. Si la norma es considerada un instrumento al que se acude cuando resulta favorable y que se elude cuando no lo es, se desatan fuerzas incontrolables que hacen un gran daño a las sociedades, a los más débiles, a la fraternidad, al medio ambiente y a los bienes culturales, con pérdidas irrecuperables para la comunidad global (Fratelli tutti del papa Francisco nº 257)
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