Finalizamos con este domingo el año litúrgico. La Solemnidad de Cristo Rey del Universo imprime una mirada de plenitud en el camino de contemplación de los misterios de nuestra fe, alienta en esperanza la peregrinación de cada día, nos envuelva en un confiado abrazo de amor. Esta fiesta no es una reivindicación del poder político o un planteamiento de los poderes regios del mundo al estilo de los poderes de la sociedad. Al celebrarlo al final del calendario litúrgico da una nota de visión hacia los bienes futuros y los últimos tiempos, es la presencia del Reino y su anhelo de llegar a participar en su plenitud.
Los textos de este domingo nos llamar al reconocimiento de que Jesús es Rey. Su Reino es gobernado con cayado de pastor y su deseo es el bien de todos. Su legado es el amor y su legislación el mandato del amor. Su esencia es la verdad y su visibilidad es la justicia. Su Reino está en medio de nosotros y no es imposición sino que es la oferta de la salvación. El ladrón arrepentido, colgado en un madero, contempla al cordero inmolado, Cristo Jesús, y esboza una súplica desesperada: "acuérdate". Es la soledad la que implora un recuerdo, no caer en el olvido por ser un ladrón, sino el que sea rescatado, redimido, perdonado, pues en el reino del amor de Dios nada ni nadie queda en el olvido y el abismo, nada está perdido. Y el pastor extiende su cayado y rescata la oveja perdida, la sana de sus heridas. "Hoy estarás conmigo en el paraíso". Hoy, en ese instante de agonía, brilla la luz de la vida y la salvación.
El reinado de Cristo vence a los enemigos no con las armas del mundo sino con la misericordia, la verdad y el amor. Es más fuerte el perdón que el odio, la paz que la guerra, la unidad que la división, la gratuidad, la generosidad que el egoísmo.
Hoy también ha llegado la salvación a esta casa, a nuestro hogar, a esta comunidad y Dios ha manifestado su poder en la misericordia. Este jubileo nos llama a recibir la gracia de la indulgencia como una renovada y oportuna invitación a ser perdonados. Nada está perdido.
AMÉN
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