Queridos amigos y amigas. El domingo pasado ya vimos a Jesús en Jerusalén. El camino ha llegado a la meta. Su intento de enseñar a sus discípulos el significado y la grandeza del seguimiento no parece haber dado un gran fruto. Frente a la imposibilidad de entender mostrada en su búsqueda de primeros puestos, de honores y la negativa a aceptar la cruz, se pone la aceptación de los últimos. Bartimeo, hace dos domingos, que deja todo y le sigue por el camino. El domingo pasado vimos como un letrado, entendido en leyes e intérprete de las mismas, tenía una pobreza interior de no saber lo esencial, el mandamiento principal. Hoy, Jesús, está en el templo y una vez más, los últimos, los desatendidos, dan una lección.
Lo primero es ver que Jesús no muestra su sabiduría porque sepa muchas cosas, que las sabe pues conoce al Padre Dios y eso lo llena todo, su sabiduría es la de quien hace una lectura de la realidad, los signos de la presencia y acción de la Gracia, del amor, en medio de un mundo alejado del corazón del ABBA, Padre bueno, Madre entrañable. Jesús, después de prevenir a sus discípulos del orgullo y la vanidad de los fariseos, de guardarse de crecer en ser más que los otros, observa a una pobre viuda que toda su riqueza es la fe. Los huérfanos y las viudas, los migrantes y los enfermos, son los que Dios quiere que sean amparados, y así lo legisla en los mandatos divinos, pero muchos, lejos de cumplir la voluntad de Dios, se enzarzan en engordar sus bienes, como denuncia Jesús. Así, esa pobre viuda, que eche en el cepillo del templo unos céntimos, lo que tiene, es imagen del buen discípulo, porque su donación es ella misma. Jesús aprende a descubrir, y ayuda a sus discípulos, a leer en lo pequeño y en los pequeños, el mensaje del Padre. Jesús ve en esa pobre viuda y la muestra como icono de lo que él va a ser, el pobre, el último, el cordero inmolado, el hombre despreciado, varón de dolores, que se entrega, se da totalmente. Confiando en la bondad del Padre se da en totalidad. Es el Misterio Pascual que renovamos este domingo, por el que damos gracias al Buen Dios, Jesús, el crucificado resucitado, es el precio de donación para redimir a todos, el el pan amasado que prepara la viuda de Sarepta a Elías, para alimentar al pobre y que se convierte en fuente inagotable de amor. Es el amor que se hace oblación. Es que Dios se hace pequeño, último, para salvar a todos, a lo grande. El que cuelga de un madero y es entregado a la tierra, la semilla, brota para una esperanza nueva que transforma la realidad de todo hombre y de todos los hombres y mujeres.
Hermanos y hermanas, feliz domingo a todos.