domingo, 10 de noviembre de 2024

LO PEQUEÑO QUE SALVA A LO GRANDE

 


Queridos amigos y amigas. El domingo pasado ya vimos a Jesús en Jerusalén. El camino ha llegado a la meta. Su intento de enseñar a sus discípulos el significado y la grandeza del seguimiento no parece haber dado un gran fruto. Frente a la imposibilidad de entender mostrada en su búsqueda de primeros puestos, de honores y la negativa a aceptar la cruz, se pone la aceptación de los últimos. Bartimeo, hace dos domingos, que deja todo y le sigue por el camino. El domingo pasado vimos como un letrado, entendido  en leyes e intérprete de las mismas, tenía una pobreza interior de no saber lo esencial, el mandamiento principal. Hoy, Jesús, está en el templo y una vez más, los últimos, los desatendidos, dan una lección.

Lo primero es ver que Jesús no muestra su sabiduría porque  sepa muchas cosas, que las sabe pues conoce al Padre Dios y eso lo llena todo, su sabiduría es la de quien hace una lectura de la realidad, los signos de la presencia y acción de la Gracia, del amor, en medio de un mundo alejado del corazón del ABBA, Padre bueno, Madre entrañable. Jesús, después de prevenir a sus discípulos del orgullo y la vanidad de los fariseos, de guardarse de crecer en ser más que los otros, observa a una pobre viuda que toda su riqueza es la fe. Los huérfanos y las viudas, los migrantes y los enfermos, son los que Dios quiere que sean amparados, y así lo legisla en los mandatos divinos, pero muchos, lejos de cumplir la voluntad de Dios, se enzarzan en engordar sus bienes, como denuncia Jesús. Así, esa pobre viuda, que eche en el cepillo del templo unos céntimos, lo que tiene, es imagen del buen discípulo, porque su donación es ella misma. Jesús aprende a descubrir, y ayuda a sus discípulos, a leer en lo pequeño y en los pequeños, el mensaje del Padre. Jesús ve en esa pobre viuda  y la muestra como icono de lo que él va a ser, el pobre, el último, el cordero inmolado, el hombre despreciado, varón de dolores, que se entrega, se da totalmente. Confiando en la bondad del Padre se da en totalidad. Es el Misterio Pascual que renovamos este domingo, por el que damos gracias al Buen Dios, Jesús, el crucificado resucitado, es el precio de donación para redimir a todos, el el pan amasado que prepara la viuda de Sarepta a Elías, para alimentar al pobre y que se convierte en fuente inagotable de amor. Es el amor que se hace oblación. Es que Dios se hace pequeño, último, para salvar a todos, a lo grande. El que cuelga de un madero y es entregado a la tierra, la semilla, brota para una esperanza nueva que transforma la realidad de todo hombre y de todos los hombres y mujeres.

Hermanos y hermanas, feliz domingo a todos.


domingo, 3 de noviembre de 2024

ESCUCHA, AMARÁS

 


El domingo pasado Jesús estaba en Jericó. El trayecto era de 31 kilómetros, por caminos agostos y peligrosos. Jesús entra en la Ciudad Santa y comienzan los debates por parte de distintos grupos religiosos y sociales. Los sacerdotes, letrados, fariseos, herodianos, saduceos van a preguntar con distintas intencionalidades, algunos para pillarlo en algún renuncio. Debaten sobre la contribución, el divorcio, la resurrección, la autoridad para enseñar. Jesús no se niega a hablar, escucha, pero no deja los encuentros cerrados, abre nuevas preguntas, crea pensamientos, busca fundamentos e interpela. Nosotros, que somos oyentes del siglo XXI nos hace pensar. Dar una respuesta cerrada significa impedir la entrada al diálogo a otros que quieren seguir pensando. Dialogar con los que no piensan como tú es poner la base a al encuentro fraterno y al compartir que no impide descubrir la verdad que nos une.

El letrado del texto de hoy busca lo esencial. Está cansado de los cientos de mandamientos, normas, decretos que llenan la vida de un judío que intente llevar una vida conforme a la voluntad de Dios. Y ahí radica lo esencial ¿que desea Dios que realice en mi vida?¿que espera Dios de mí y en mí? y Jesús va a la fuente: ‘Escucha Israel, el Señor Dios nuestro es el único Señor; y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas’. El segundo es este: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No hay otro mandamiento mayor que estos”  

Lo primero es abrirse, pues, a la escucha. Siempre somos discípulos, aprendices de la grandeza que procede del corazón de Dios. El es el origen y la meta, de él viene el amor y en El está la vida en amor. Entendido éste como "ágape", la apertura al encuentro con el otro. Y es que Dios, si nos dice que nos abramos a la escucha, es que quiere y desea, dialogar con nosotros, seguir estableciendo espacios de encuentro, diálogo, vínculos de alianza, de pacto, por el que se compromete a darnos lo que es en sí mismo. Abrirse al otro significa la posibilidad de empatía, comprensión, compasión, cordialidad que son acciones de Dios que ama y, por amor, da vida, libera, sana, perdona, rehabilita, da fuerza a lo debilitado. Responder por amor, ágape, a Dios es abrirse al encuentro con el otro, el igual y semejante, con el deseo de establecer esos mismos vínculos de amor que nos invita el mismo Dios. Amar como apertura al otro viene por la grandeza y agradecimiento de saberse, sentirse y reconocer el amor de Dios en ti. No puedes decir que amas a Dios y no amas al hermano. No pueden separarse los dos, van unidos, pues Dios no puede desvincularse de las relaciones humanas, pertenece a ellas y ellas son reflejo y presencia de su amor más pleno y total.

Jesús por amor al Padre se entrega por los hermanos, donando su vida como ofrenda, y, resucitado, envía el Espíritu para que nosotros seamos, en Cristo, donación del amor del Padre a los hermanos. 

Feliz domingo

viernes, 1 de noviembre de 2024

SER SANTOS Y SANTAS

 


Hoy celebramos la Solemnidad de Todos los Santos y Santas. Resuenan en todas las iglesias las bienaventuranzas, programa de vida para todo creyente. Siguen siendo una propuesta a contracorriente, pero es un camino de vida y liberación. Jesús, sentado, con calma, con la serenidad del Buen Pastor que cuida de su rebaño, del legislador que propone la ley del amor.

Bienaventurados, felices, si la libertad pone en su sitio las cosas y están al servicio de la persona y del bien de todos, cuando nuestras seguridades no están en el beneficio de las cosas, posesiones. Felices si reina en nosotros la ternura y la mansedumbre, no es más fuerte el que puede por su orgullo o vanidad, sino el que ama. Felices los que saben llorar en la soledad y escuchar el llanto de los que lloran, que secan lágrimas y consuelan corazones, que escuchan y saben acoger el dolor. Felices los que entienden la justicia más allá de dar a cada uno lo que le corresponde, o declarar el castigo a quien lo merece, buscar la justicia es dar voz a los arrinconados, abrir caminos a los desheredados, dar protagonismo a quien se le niega su palabra. Felices los que saben perdonar y entienden su vida desde la misericordia, saben perdonar porque su vida ha sido sanada del pecado. Felices los que su corazón es un espejo limpio, un corazón nuevo que se renueva en la novedad del amor de Dios, que ama de corazón a Dios y a los demás. Felices los que dejan a un lado las violencias y enemistades y construyen un mundo en la paz y son artesanos de comunión. Felices los que aceptan con paz y serenidad no ser aceptados, ser despreciados por vivir la verdad y la justicia, por ser mensajeros del evangelio.

Ser santos y santas no es para héroes, es para hombres y mujeres que quieren vivir la autenticidad del amor en Cristo, en humildad, dejándose guiar por el Espíritu en camino al Padre.

El manantial de santidad es beber en el corazón de Dios que nos ama. Si tienes sed de amor acude a la fuente que es Dios.

Feliz día.