La cuaresma nos lleva a vivir el don supremo de ser en Dios. Nuestro bautismo nos configura con Cristo que renovamos en la noche pascual. Y es que cada palabra y gesto serán la plenitud de lo que Jesús fue anunciando. Puesto delante de sus apóstoles les lava los pies, entrega el testamento del amor, se dona en su cuerpo y sangre, padece en silencio la injuria y humillación: y el que clavan a un madero se convierte en estandarte que todos contemplan. La gloria de Dios se manifiesta en el Hijo humillado que es enaltecido. La madrugada del primer día la noche se convierte en el día eterno que hace partícipe de la vida al hombre que es rescatado de las profundidades de la muerte.
Hoy nos invita el Señor a conocer el camino de la vida: la humildad.
Xabier Alonso
Lectura del santo evangelio según san Mateo (23,1-12):
EN aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a los discípulos, diciendo:
«En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen.
Lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar.
Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias en las plazas y que la gente los llame “rabbí”.
Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar “rabbí”, porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos.
Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo.
No os dejéis llamar maestros, porque uno solo es vuestro maestro, el Mesías.
El primero entre vosotros será vuestro servidor.
El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
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