El roble del atrio de A Franqueira, desnudo, descansa en el invierno esperando sus nuevos brotes |
Ya nos hemos adentrado en el adviento, ya es tiempo de esperanza; lo que fenecía se renueva; lo que pasaba, permanece; lo que no valía, se rehabilita; lo que se avejentaba, rejuvenece; lo que moría, resucita; lo que se desprecia, tiene valía; lo seco, reverdece; ... y es que, como en tiempos de Isaías, ahora, se nos proclama la llegada de los tiempos nuevos, no los diseñados por las argucias de los hombres, sino, los de los planes de la salvación, tantas veces truncados por el pecado del hombre.
Ahora, cautivos en nuestras propias mentiras, en nuestros miedos y egoísmos, en la vanidad de creernos superiores, en nuestro orgullo que nos ahoga en la tormenta de nuestras violencias; ahora, también si nos anuncia que algo nuevo está naciendo, algo nuevo brota, lo que parecía ya abocado al fracaso, Dios, Padre bueno, lo llena de su Espíritu para que tenga vida.
Hoy la Palabra nos centra en ese maravilloso pasaje del profeta Isaías, en el que la propia naturaleza encuentra su paz, en lo que parece imposible, el lobo, el oso, el buey, la serpiente, el niño... así, pues, el hombre, en lo que parece a todas luces una misión imposible, el Señor, consigue que encuentre su propia paz en el que nos trae la fuerza de Espíritu.
En ese mismo Espíritu es el que Jesús proclama, que, en los sencillos, los pobre y humildes se depositan los Misterios. ¿Por qué?, porque el pobre y humilde no se llena de cosas, y por eso es bienaventurado.
Pidamos a María, en este adviento, que nos haga, como Ella, sencillos y humildes, pobres, para recibir, guardar, meditar, entregar, regalar, el don recibido.
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