Ayer, domingo VI de Pascua, celebramos la pascua del enfermo. Hoy os invito a poner un punto de reflexión sobre la palabra dolor. No es ajeno a la condición humana experimentar dolor, sufrimiento. Y éste no solo físico, sino también interior, del alma, en lo más íntimo, en la conciencia, en los afectos... La causa puede ser muy diversa. Externas: accidente, golpes de la vida, causas sociales, económicas, laborales. Internas: tristezas, vacíos interiores, miedos, debilidades, o enfermedades, falta de salud en todas las dimensiones.
Pero también hay dolores, que así los podemos llamar, que brotan de actitudes negativas que podemos favorecer con pensamientos impropios y decisiones equivocadas: miedos a la imagen ante los demás, de querer abarcar más de lo que puedes, por vanidades y egoísmos, por envidias de los éxitos delos demás. Éstos dolores tienen como causa inmediata la mirada al propio ombligo y perder los vínculos con los demás, con la creación y con Dios.
La vida de María no fue fácil. Su dolor se anunció desde el comienzo como participación en la obra redentora de su Hijo. Y ella nos enseña que amar también duele. Y es amor redentor, sanador, lleno de esperanza.
María, enséñame a sufrir:
para que aligere y disminuya los sufrimientos
propios y los de mis semejantes;
para que aprenda a estar sólo,
y a comprender la soledad de los que sufren;
para que aprenda a aliviar los dolores ajenos;
para que me despegue de las cosas de la tierra
y mire más a las cosas de arriba;
para que me acerque más,
a través del dolor y el sufrimiento, a Cristo;
para que sabiendo sufrir sea más humano,
bondadoso, servicial, comprensivo, paciente,
con los que sufren;
para que emplee parte de mi tiempo
en estar al lado de los enfermos.
Que tu ejemplo
junto a la cruz de Tu Hijo,
me sirva para estar junto a la cruz
de los que, en esta vida,
estçan clavados en ella por el dolor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario