OBISPO, TESTIGO DE CRISTO
OBISPO, TESTIGO DE CRISTO
Cristo, nuestra única seguridad.
Jesús nos envía para que demos testimonio de su evangelio. Superando
tantas falsas seguridades, somos invitados a poner la confianza en Aquel que
nos envía. El reto es vivir enraizados en lo esencial: la necesidad de la
salvación, la urgencia de acoger su amor incondicional.
No pudo hacer allí ningún milagro
El evangelio baña siempre nuestra vida de un sano y lúcido realismo, nunca
derrotista ni pesimista. Tenemos ante nosotros el drama del rechazo, la
incomprensión y la incapacidad para acoger la novedad de Jesús: la bondad
de lo cercano, la profundidad de lo sencillo y el asombro de lo cotidiano.
Todos hemos de discernir, a nivel personal, eclesial y social, qué resistencias
nos están dominando, impidiendo acoger la acción de Dios en nuestra vida.
El ministerio episcopal, un servicio que anuncia y acompaña la experiencia cristiana y eclesial fundante: «la fuerza de Dios se realiza en la debilidad».
El obispo vive su ministerio desde su condición de creyente, como destinatario
de la misericordia entrañable de Cristo Salvador. Es pastor de una comunidad
de redimidos, que comparten su vida desde un vínculo común: el encuentro
con el Señor Resucitado. Está llamado a ser testigo de lo esencial: Dios se ha
acercado a nosotros, a nuestra debilidad, revistiéndonos con su fuerza que lo
renueva y lo transforma todo. El ministerio episcopal y toda la pastoral
diocesana tienen como principio y fundamento la experiencia de nuestras
debilidades asumidas y compartidas en el abrazo de la fuerza de Dios que nos
sostiene, nos congrega y nos envía.
El realismo espiritual lleva a reconocer que el Obispo ha de vivir la
propia vocación a la santidad en el contexto de dificultades externas e
internas, de debilidades propias y ajenas, de imprevistos cotidianos, de
problemas personales e institucionales (PG 23).
Con la gracia de Dios debe desempeñar cada día su ministerio como testigo
de la esperanza
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