EL OBISPO, HOMBRE DE ESPERANZA
La esperanza, que “no falla” (Rm 5, 5), estimula en el Obispo el espíritu misionero, que lo llevará a afrontar las empresas apostólicas con inventiva, a llevarlas adelante con firmeza y a realizarlas con perfección hasta que se concluyan. El Obispo sabe, en efecto, que es enviado por Dios, Señor de la historia (cf. 1 Tm 1, 17), para edificar la Iglesia en el lugar y en el “tiempo y momento que ha fijado el Padre con su autoridad” (Hch 1, 7). De aquí también aquel sano optimismo que el Obispo vivirá personalmente y, por así decir, irradiará en los demás, especialmente en sus colaboradores. (ApS 40)
El cristiano no puede ser una persona pesimista ni negativa, su esperanza le invita a una mirada de eternidad, no solo en el tiempo, sino en la intensidad. El discípulo echa mano al arado y ni mira atrás.
La Comunidad Cristiana, presidida por el Obispo, tiene la certeza de lo que está por venir, la bienaventuranza, y necesitamos anticiparla en los valores del Reino y la fraternidad universal.
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