Quiero comenzar este comentario disculpándome porque estos dos días no puse en común la reflexión diaria. Como podréis comprender son día con un poco más de ajetreo de lo habitual, pero además, porque,. hay algunos, como yo, que el cambio horario no solo nos desestabiliza, sino que a mí me pone un humor de perros, dolor de cabeza y me cuesta habituarme. Suena un poco a escusa, pero, contra la naturaleza a veces cuesta luchar.
Hoy el evangelista Juan nos sitúa en Betania, la casa de Lázaro, Marta y María. La escena es de una delicadeza suma, y, las intenciones de Judas se van manifestando en una actitud cerrada a la vida. Es curioso que el dinero del grupo apostólico lo tuviese precisamente el que fue el traidor. Una muestra de que quien se encargue de los bienes debe tener mucha más fortaleza y saber bien para que son, porque la tentación siempre está al acecho.
La casa de Betania es signo de acogida, de descanso, de encuentro, de familia, de fragancia a lo bueno. Que bien huele una casa acogedora, abierta, con el mantel puesto para recibir al caminante de la vida. Que fragancia desprende la amistad, el diálogo, el encuentro, la confianza. Que aroma se respira con el pan fresco y el vino en la copa. Y la cena, en la confidencia de la noche, es el momento de la despedida que Jesús tiene con sus amigos. Los acontecimientos son cada vez más intensos, los minutos se llenan de palabras, de gestos, de lágrimas que saben a la amarga cruz que se contempla en el horizonte. Las palabras duras de la traición que se cuece en el corazón del amigo que entra en las tinieblas de la noche tropiezan con la dulzura del nardo que llena de fragancia los corazones abiertos a la vida. Porque el pecado, la violencia, la traición, la muerte no huele, apesta.
¿A qué huele la casa de Betania?. No es muerte, ni tristeza, ni traición, ni egoísmo, huele a vida, a esperanza, a paz que abraza al hombre para que no se oculte, ni se esconda, sino que vea cara a cara a su Salvador. La vida huele a flores, a suavidad, a dulzura, a la intensidad del amor. La vida huele a perdón, a abrazo. La vida huele a luz, a sepulcro vacío, a flor que explota, a risas en el aire. La vida huele a futuro, a encuentro.
La vida huele a amor eterno, a amor ilimitado, a amor de vida. ¿A qué huele tu vida, tu alama, tu corazón?
(Juan 12,1-11)
Nosa Señora da Franqueira, perfume amoroso de Nai, abrazo no colo onde se sinte o latido do corazón, séntanos na mesa do teu Fillo para vivir a confidencia do amor.
Javier Alonso
A Franqueira
30-03-15
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