Después de enviar Jesús a sus discípulos irrumpe en el evangelio la narración de la decapitación de Juan Bautista. Una escena que escuchamos en más e una ocasión a lo largo del año. La trama se desarrolla en un palacio, con un baile que embelesa al monarca, un venganza, y finalmente, la muerte del inocente. Permitidme un comentario al margen, esta escena siempre me recuerda los cuentos infantiles, que no dejan de tener tramas terribles con asesinatos, envenenamientos, injusticias, y que, a diferencia del evangelio, acaban bien.
Juan Bautista, en la cárcel, aprovecha para mantener sus conversaciones con el rey. No son tiempos inútiles en los que intenta lo intentará convencer de su inocencia y de la injusticia de su encarcelamiento, sino que, su palabra, que le gusta al rey, es para seguir con su intensa llamada a la conversión. Sin muchos los que a lo largo de la historia también aprovechan la prisión para reafirmar sus principios, llenarse de valentía y continuar la misión por la cual les han encadenado. La Iglesia está llena de ejemplos sorprendentes, desde los tiempos apostólicos, Pablo, con las cartas de cautividad desde la prisión o Pedro; en la conversión de los carceleros; los Santos Padres, como Ignacio de Antioquía, que escribe sus cartas camino de su martiriio; no vamos a describir cada ejemplo de los muchos que hay, pero recordemos a Kolbe, que se intercambió por aquel prisionero en el campo de concentración; o el obispo Van Thuan que en la prisión vietnamita seguía ejerciendo su tarea enviando aquellas notas en papel de fumar o celebrando la Eucaristía para los cristianos apresados como él.
Pero, desgraciadamente, hoy, igual que a lo largo de la historia, miles de personas sufren las consecuencias de la persecución dela verdad.Hombres y mujeres que no se doblegan ante la oscuridad de las cárceles, el latigazo o las amenazas de muerte. ¿Qué tendrá la verdad para llegar hasta los límites más insospechados y las consecuencias más cruentas? .
¿Y yo?. Pues como nos pasa muchas veces. Para no quedar mal, para no perder el prestigio o la fama ante los demás, para no quedar fuera del grupo de los bien vistos, para que no crean que pienso distinto, para no ser un raro ejemplo de intransigencia por no decir lo que dicen todos, para no perder lel tren del "progreso y del avance" que le llaman muchos a la cesión de la verdad; para no pensar; y creo que esta es la última de las razones, para no pensar. Porque la verdad exige pensar, sí, esa locura a la que muchos siguen enganchados y por la que muchos pierden la libertad, pero no la dignidad.
Nos Señora da Franqueira, ayúdanos a vivir en la verdad, en tu Hijo
Javier Alonso
A Franqueira
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