viernes, 21 de junio de 2024

OBISPO, UN REGALO DE FE


 Nadie puede conferirse a sí mismo la gracia, ella debe ser dada y ofrecida. Eso supone ministros de la gracia, autorizados y habilitados por parte de Cristo. (Catecismo 875)

Todo nos es dado, y la gratuidad y el agradecimiento está presente en cada instante de la vida del creyente. Igual que Jesús, acepta la generosidad del padre que lo entrega y destina todo para la salvación, entregando a su Hijo y donándonos por él la gracia del espíritu. Hemos sido llamados por amor a la fe, y, por amor recibimos las ayudas necesarias para vivir esta fe. La comunidad cristiana recibe en sus miembros los dones y carismas que despliegan con su acción el carácter servidor del Pueblo santo, de forma que, a nadie le falte lo necesario para la salvación, la realización humana de su existencia, el cumplimiento de su vocación y su participación en la construcción del Reino.

Recibir a nuestro nuevo obispo es también reconocer que Dios nos bendice con un hombre, elegido entre los hombres, creyente y servidor, para hacer posible que crezcamos en nuestra fe y la edificación de la civilización del amor. Recordemos lo que nos dijo en su primer mensaje: Me gustaría que me sintierais como un hermano que quiere participar de vuestra vida y que quiere hacer camino con vosotros, compartiendo lo que sois y esperáis. Quiero compartir lo que yo soy, mis ilusiones, esperanzas, la alegría de la fe y la pasión por el Evangelio y el Reino del Señor, especialmente con los más pobres y descartados de nuestra sociedad. Sueño con una Iglesia en la que todos y todas, cada uno con su sensibilidad y aportando su grano de arena, se sienta convocado, partícipe y responsable en esta nueva etapa sinodal que vivimos en la Iglesia, a la que tantas veces nos convoca el Papa Francisco.

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