sábado, 8 de agosto de 2015

PAN PARA EL PEREGRINO



Cuando tenía 17 años recibí una llamada de mi párroco. Él estaba de viaje en Lisboa y me invitó a pasar unos días en esa ciudad para conocer el movimiento de jóvenes Shalóm. Sin pensarlo dos veces, hice la maleta, compré el billete de tren y allá me fui. Un largo trayecto de muchas horas en el que me entretuve en lectura, dormidas y vistas de ventanilla. Sabía que mi final era Lisboa, por que, no me hice mayor problema. Pero, creyendo que ya estaba en la capital, bajé decidido. Cual fue mi sorpresa que no era esa la estación, así que, me colé en el siguiente tren y, ya estaba en el lugar de destino. La comunicación no es como ahora, allí estaba, sin haber comido más que el desayuno de madrugada, sin escudos, que era la moneda como sabéis, y sin saber a que hora llegarían a recogerme. Decidido busqué donde encontrar algo de comer, y, en una pequeña taberna en la que me admitieron la moneda española me comí un pedazo de pan con un poco de fiambre. En plena juventud me hubiese comido todo lo que estaba en aquella barra. Por entonces me puse a caminar por el frente de la estación a la espera, y, mientras mis tripas reclamaban algo más sólido mi cabeza daba vueltas. Y si nos es hoy cuando me recogen, me preguntaba. Y si no es aquí donde tengo que esperar. No es para ponerse dramático, pero, la cosa no pintaba nada bien. Se resolvió con la llegada de quienes me recogían, y, mi estómago quedó feliz al sentarme a la mesa para la cena.
Hoy, escuchando la palabra del Evangelio, recojo esta experiencia.
Primero, estamos en camino, un camino largo que tiene su meta, pero que no sabemos lo que pasará en el trayecto. Lo intuimos, nos preparamos con un pequeño equipaje, que no conviene sea muy pesado, pero que se hace largo. Un camino imprevisible en muchas circunstancias y que necesita más que un leve desayuno. Jesús ha realizado la gran peregrinación, descendiendo del Padre, viene a nosotros para hacerse peregrino de nuestra vida, ayudarnos a no perder el rumbo y alimentarnos en la debilidad.
Segundo, somos mendigos de pan, hambrientos de amor. Pensaba en aquella estación cuantas personas estarán pidiendo un poco de pan para pasar el día o alimentar a sus hijos. Mi nerviosismo era el sentirme solo, sin conocer a nadie y sin poder comunicarme. Hoy me río y me parece ridículo, pero, cuantas personas vagan por el mundo perdidos, sin saber donde refugiarse esa noche, y sin quien les disponga la mesa que sacie. Y cuantas nos sentamos con la barriga llena y queriendo saber que vamos a comer mañana. El que se pone en las manos providentes del Padre sabe que nunca le faltará el alimento que viene de lo alto.
Tercero, el pan. Cuando se prepara la mesa, sin la comida puesta, ponemos pan y vino. No solo para acompañar los alimentos, creo que, como signo de lo esencial "con pan e viño ándase o camiño". El peregrino no necesita más que saciarse para fortalecer su cuerpo debilitado por el cansancio de la ruta. Pan que se recibe y se comparte, pan que se multiplica para la vida del hombre. 
Cuarto, el pan de la amistad y la gratuidad. Me sació más el ver a mis amigos que la comida de la cena. Alimentarnos de aquello de lo que tenemos hambre: de ser amados, de escucha, de comprensión, de acogida, de amistad, de comunión, de fraternidad, de encuentro, de futuro, de ilusiones, de saber amar. 
Señor, danos de tu pan, pan de vida, de eternidad, de amor.

Nosa Señora da Franqueira, axúdanos a ser agradecidos polo que recibimos, dispostos para o que nos necesite, xenerosos para o que non ten, peregrinos para o camiño, mendigos do teu Fillo.

Feliz domingo
Javier Alonso
A Franqueira
09-08-15

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