No anteponer nada al amor de Cristo.
Esta frase resume la vida del monje. La regla de San Benito es una invitación a
adentrarse en el amor de Cristo y ponerlo en el centro de las decisiones.
adentrarse en el amor de Cristo y ponerlo en el centro de las decisiones.
Los monasterios son faros de caridad. Gracias a ésta su impulso supuso la renovación de una Europa que estaba en decadencia. Desde los monasterios se impulsa un saber cultural que llega a nuestros días, son lugares de enseñanza, que a pesar de su lejanía congregan a gentes de diversos lugares para la instrucción.
Son espacios de encuentro, de compartir la sabiduría del corazón, de la reflexión pausada, de la búsqueda interior. Son lugares de diálogo, porque la sabiduría se adquiere con la escucha.
Son focos de promoción humana desde el trabajo en común. En los monasterios se impulsó la rotulación de las tierras, los regadíos, los nuevos cultivos, la ganadería... y en tiempos recientes hay monasterios que trabajaron el cooperativismo, la formación laboral, la economía sostenible y solidaria, los cultivos ecológicos.
Son espacios de caridad. Primero la que se va forjando en el corazón de monjes y monjas y en su vida comunitaria. En la acogida de peregrino y del huésped. Sus hospederías son refugio de las personas maltratadas por el estrés. El silencio del claustro remansos de paz en una sociedad aturdida por la violencia de tener que llegar a una meta impuesta. En la portería de un monasterio el pobre es recibido como hermano y recibe lo que más necesita: consuelo y esperanza.
Los monasterios fueron lugar de investigación. Sus boticas elaboraban remedios para la salud y supusieron un foco de conocimiento.
Los monasterios femeninos son lugares de promoción de la mujer. Su autogestión en todas las facetas nos descubren mujeres forjadas en la exigencia de superar barreras, a veces de una imagen de mujer acomplejada o de conductas infantiles, lejos muchas veces de la realidad.
Os dejo con esta perla de la regla de San Benito que no es exclusiva de los monasterios
Existe un celo bueno que aparta de los vicios y lleva a Dios y a la vida eterna. Practiquen los monjes este celo con amor ardiente, es decir, estimarán a los demás más que a uno mismo, tolerándose con gran paciencia sus debilidades tanto físicas como morales. Se emularán en obedecerse mutuamente. Nadie busque lo que cree mejor para sí sino lo que más le conviene al otro. Practiquen una desinteresada caridad fraterna. Teman a Dios con amor. Amen a su abad con humilde y sincera caridad. De ninguna manera antepongan nada a Cristo, y que él nos lleve a todos juntos a la vida eterna.
Xabier Alonso
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