No es extraño escuchar la expresión "qué bien se está aquí" en estas montañas da Paradanta, Montouto e a Canda. Un aire puro, un silencio solo roto por el canto de los pájaros (y a veces los extraños ruidos de las motos y demás vehículos que irrumpen como un ejército de moscardones gigantes). Qué bien se está aquí. Y es lo que buscan muchos en estos tiempos de desazón, incertidumbre, desestabilidad. Buscamos zonas de confort, refugio en medio de la lucha, evasión en las preocupaciones, descanso en las carreras por no ser alcanzados por un enemigo que lo devora todo: el tiempo. Sin éste estamos perdidos y cuando hay mucho resulta peor, pues muchos no saben "perder" el tiempo. Qué bien se está aquí! Ya no es fruto de la gratuidad de lo que te viene dado y que acoges como un regalo. Ya es también resultado del esfuerzo y del trabajo: la cultura del ocio se convierte en el negocio del ocio. Se gasta y gana dinero ocupando el tiempo de descanso: los hay que el placer compensatorio de ser un engranaje en la rueda de producción sentirte grande teniendo billetera gorda o super tarjeta para ser quien ordena y compra. Los que buscan un banquete lleno de los mejores platos, o por lo menos de una gastronomía desconocida que provoca el placer en el paladar y presumir de gestarte x euros en un suculento, pero minúsculo menú. Los que se evaden de los problemas con deportes de riesgo o arriesgando su propia vida. Los que necesitan nuevas experiencias, los que agotan el tiempo en el sofá dejando correr capítulos interminables de series atrapantes. Podrías seguir con la lista de todos los ejemplos que se te ocurran.
Pero hay algo común en esto:
Querer evadirse, como si la vida que uno lleva durante la semana no fuese suya, sino impuesta, y ahora soy yo, creemos, quien toma las riendas de mi mismo.
Necesidad de tener nuevas experiencias, cual más original.
Romper con todo. Romper con la máquina interior que está desbordada con tantas preguntas que nos hacemos.
Y si entras en el buscador y pones escuela de espiritualidad te tropiezas con métodos que te evaden, te ayudan a ausentarte, o tradiciones muy lejanas a nuestra esencia. Lo novedoso siempre atrae.
¿Qué es espiritualidad?
Pues lo que hace Jesús con los apóstoles este domingo. La realidad es dura. El camino a Jerusalén es claro: la ofrenda por amor de la propia vida, la muerte.... y la Resurrección. Concepto y experiencia desconocido para ellos y sus contemporáneos ( permitidme también erróneo a veces en nuestra visión). El anuncio es claro, no pone palabras complacientes. El Hijo se entrega. Será duro. No lo asimilan, no puede ser, no entra en los esquemas.
Y toca subir en la intimidad de la amistad, Pedro, Santiago y Juan, a la montaña. El lugar es único, inmenso, la mirada se pierde en el horizonte. El silencio es total. Y el sol se queda en la sombra de la luz del Señor. Ya no es el sol el que ilumina, es el Señor. Ya no es la Ley de Moisés la que guía es el Señor. Ya no es Elías al que esperan, ya está aquí el Señor.
Qué bien se está aquí. Es lo único que se les ocurre. Envueltos en la nube de la gloria y Dios Padre pronuncia su mensaje: mi Hijo amado, escuchadle.
No. No te escuches a ti mismo. Ábrete a escuchar, a que la Palabra, el diálogo, el encuentro sea real. El Señor, como buen maestro, sabe que necesitan sus discípulos en cada momento. Se lo ofrece y es un reto.
En esta cuaresma no te encierres en un monólogo agotador de lo que tienes que hacer, de lo que hay que cambiar, de lo que es obligatorio... entra en el Señor, deja que su luz lo llene todo y escucha. Escuela de espiritualidad del Tabor, de la Transfiguración, es dejar que El lo llene todo, lo que cada día vives, te inquieta y te hunde. Hacerlo en este camino que conduce a otra montaña, el Calvario. La cruz allí clavada es el árbol de la vida que da su fruto en el jardín. Deja que el Padre de las misericordias rescate la belleza de tu vida que está oculta bajo el traje sucio del pecado.
María nos acompaña en esta peregrinación
Feliz domingo
Lectura del santo evangelio según san Marcos (9,2-10):
En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Estaban asustados, y no sabía lo que decía.
Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo amado; escuchadlo.»
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»
Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos».