Dar de comer, vestir, visitar, acoger... son acciones que van más allá de un gesto concreto. Son hechos que denotan lo que va por dentro. No son tantos los que estén dispuestos a tener como ideal de vida estar al servicio de los demás. Hoy, obsesionados por nosotros mismos, preocupados por nuestras cosas, que nos vemos más veces en el espejo que la madrastra de Blancanieves y que soñamos más que Morfeo, la propuesta que nos hace Cristo desmonta nuestras obsesiones y nos da un buen bofetón de realismo. En cualquier momento, por un mal paso de la vida, una sucesión de hechos irremediables, una decisión equivocada, lo que sea, podemos ser cualquiera el que se encuentro con el estómago vacío, tirado en la calle y postrado en la cama de un hospital. Y, de esta forma, la vida nos hace humildes, calla nuestros orgullos y provoca, esto último es que la vida se vuelve provocativa.
Cuando leo el texto de hoy, la parábola del juicio final, no se por qué; bueno, sinceramente, sí se por qué, me pongo del lado de los buenos. Y con la barbilla erguida, los hombros levantados para que nadie me vea por encima del mío propio, los ojos abiertos viendo como me observan, paso decidido y firme, soy de los "venid benditos de mi Padre, porque tuve hambre... ". Sí, me veo en el lado de los benditos, felices, bienaventurado. ¡Frena, frena, que te pasas de la marca!. Y me tengo que callar, porque la realidad es bien distinta. La vida no es como la sueño; mis egoísmos, mis miedos, mis envidias, mis celos, mis... y no es que me esté confesando, pienso en muchas personas; y la vida, mi vida es muy distinta y la tristeza está en creer que todo debe estar a mi servicio y no yo al servicio de los demás.
Nuestra fe no son elucubraciones incomprensibles de mentes buscadoras de enzarzados argumentos sobre lo divino. Lo digo porque he estado leyendo unas discusiones en foros de debate en internet y me hirvieron los sesos. La fe es la presencia en la vida, la historia, en nuestra historia del amor de Dios, manifestado en Cristo y que actúa en nosotros por el Espíritu. La fe se razona, se celebra, se medita, se fortalece, se vive, y no en la espera de una oportunidad grandiosa de quien va a cambiar el rumbo del planeta. Se hace presencia en cada momento y en las pequeñas oportunidades que nos ofrece la vida. Yo solo le pido al Señor que nos ilumine los ojos para ver con la mirada de Jesús, cercana, cariñosa, sincera, iluminadora, los oídos atentos al susurro del corazón angustiado, los gritos del que pide justicia; los labios para rezar, pedir, agradecer, cantar y gritas. Le pido que no se acaben las lágrimas de llorar con el que llora, de reír con el que ríe, de cantar con el que canta. Salir, salir al encuentro del que ya se siente derrotado, del que no encuentra fuerzas, del que ha perdido el rumbo, del que nada le hace ver hacia delante. Señor, cuando pase esto, pon en mí una pizca de tu amor, y entonces tú eres el alimento para saciar, el agua para refrescar, el vestido para cubrir la desnudez, la salud para nuestra enfermedad, la libertad en nuestro cautivo. Yo, Señor, soy el que te pido pues tengo hambre, sed, soy yo en ti y tú, Señor, en mí.
Feliz día
Javier Alonso
A Franqueira
15-02-16
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