Estos últimos años las tecnologías avanzaron que es una barbaridad. Las comunicaciones han facilitado no solo que tengamos conocimiento o de las noticias que sucede en todo el mundo, si no también, el avance que ha supuesto para nosotros el poder comunicarnos inmediatamente. Esto no cabe duda de que ha facilitado en gran medida nuestros avances, pero han creado en nuestro interior una sensación de inmediatez y de la capacidad de resolver las cuestiones de una forma rápida. Según los datos en nuestro país es mayor el número de teléfonos móviles que el de habitantes.
Por otro
lado, la tecnología ha copado el lugar de atención de muchas personas. Y no me
refiero a la inteligencia artificial únicamente, sino algo tan sencillo como
llamar a una administración pública, o al servicio de salud, uno una entidad
bancaria, o cualquier otro servicio que necesito un ciudadano. Rápidamente te
responde una máquina con voz muy amable pero que te va solicitando respuestas
para saber exactamente qué es lo que necesitas. No pocas veces la solicitud se
queda a medias. Todo esto ha supuesto también un distanciamiento entre el
ciudadano de a pie, no digamos de muchas personas mayores, y aquellos que deben
estar a disposición de las necesidades de las personas. No pocas veces, y esto
lo tenemos también en nuestros móviles, tenemos la posibilidad de estar en
espera. Si a mí me pasa, de que me colocan en espera, los tiempos se van
haciendo cada vez más pesados, sobre todo si hay una musiquita de fondo que da
la impresión de que ya nadie te escucha.
A mí me tiene
pasado de que hay personas que llaman para pedir una información y ya lo hacen
sin un simple saludo de buenos días o buenas tardes, o simplemente decir por
favor necesito una información. La relación con las máquinas ha enfriado
nuestras relaciones humanas considerando que simplemente necesitamos servicios
o somos proveedores de servicios.
Comenzamos
un tiempo de esperanza. Quiero remarcar esta palabra. No es tiempo de espera,
en el sentido tecnológico que acabo de describir. No es un tiempo para quedarse
dormido o embobado. No es una espera inactiva, en el que perdamos el
protagonismo, sino que ese tiempo de reactivar lo que Dios ha sembrado en
nuestro corazón. No permitamos que nos aturdan las satisfacciones inmediatas.
Prepararnos para la Navidad requiere previamente tomar conciencia de a QUIÉN en
esperamos.
La espera
de inactiva significa también que sustituimos los auténticos deseos de paz, de
concordia, de unidad y del bien, por el convencimiento de que ante situaciones
que impiden caminar hacia una auténtica fraternidad humana no somos capaces y
que podemos preferir encerrarnos en nuestras propias satisfacciones y frenar a
lo que realmente Dios nos está llamando.
Os invito a
que diferenciamos este tiempo de espera inactiva en el que no esperamos a nadie
por un tiempo activo en el que esperamos a ALGUIEN. Si además reconocemos
nuestra propia incapacidad y fragilidad, dispongamos a ser el pesebre en el que
nazca del hijo de Dios.
POÑAMOS
UNHA LUZ DE ESPERANZA
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