Ya quedan pocos días para la celebración de la Navidad. A lo largo de estos domingos de adviento va brotando en medio de esta llamada intensiva la esperanza una intensa luz que nos impulsa a la alegría. Es una consecuencia lógica de poner nuestra mirada en la venida del Señor. Si esperas en aquel quiere a dar plenitud a tus inquietudes llenará tu corazón de una nueva fuerza de gozo interior. San Pablo hable escribirle a los tesalonicenses, necesitados de una palabra de consuelo en medio de las dificultades, les invita y les ruega estar alegres en el Señor. También nosotros en medio de un discurso continuo que nos bombardea atando de pies y manos toda posibilidad de vislumbrar un ápice de ilusión no podemos dejar que derrote aquello que nos tiene regalado por la fe: ser mensajeros de la alegría de la presencia de Dios que viene a hacerse presente en medio de nosotros y rescatarnos del pecado y de la muerte. Como comunidad creyente y receptores te el Don del Espíritu somos signo profético de que este mundo es el lugar amado por Dios, su hogar y el de todos sus hijos, y que continuamente nos trae signos de su deseo de rescatarlo y liberarlo.
El profeta
Elías y el profeta Juan Bautista detectan en medio de la desolación que el amor
de Dios es el triunfo definitivo que no podrás ser nunca derrotado. Te pido por
lo tanto que te adentres en lo más profundo de tu corazón y en ese lugar,
semejante al que el establo en el que la Virgen va a parir al Hijo de Dios, es
el escogido por él para llenarlo de luz, ternura, y un Dios que es palabra y
llanto, fragilidad y dependencia para derrotar nuestros orgullos haciéndonos hermanos
y servidores.
Igual que
Elías que anuncia al Salvador que trae la libertad. Como Juan Bautista, voz en
el desierto, la comunidad creyente proclamada con la palabra y la acción del Espíritu
que el amor manifestado en un Dios que se revela en la debilidad nunca será
derrotado. Prepárate porque Dios viene a llenar tu corazón te bienaventuranza,
a hacerte bienaventurado.
Feliz
domingo
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