Queridos Hermanos y Hermanas. A lo largo de este mes de setiembre hemos vivido momentos importantes y únicos la devoción de nuestro pueblo para santísima virgen María. Las grandes romerías que convocan a miles de personas en el santuario da Franqueira, así como su belleza y singularidad. Los cientos de devotos que se reunieron en torno a la virgen do Libramento en a Lamosa pidiéndole a María ser servidores de la vida y presentando sus hijos a la Madre de Dios. La belleza de la devoción a la virgen del Rosario en la parroquia de Prado da Canda cierra este ciclo mariano en el rural de nuestra diócesis.
No hemos dejado de reflexionar y celebrar cada domingo la palabra de Dios. Lo hacemos movidos también por la actitud de escucha que nos invita María. Ella es la tierra buena que acepta la semilla es la que germina la esperanza mesiánica.
Este domingo, juntamente con los dos anteriores, se centra en un aspecto de la vida laboral del pueblo de Israel en época de Jesús. El trabajo de la viña, plantar, cuidar, proteger, alimentar, defender y esperar con paciencia que de buen fruto.
Hoy Jesús dirige una hermosa parábola que está iluminada por la profecía de Isaías de la primera lectura, que les dice a los sumos sacerdotes y a los dirigentes del pueblo. En ella explica con todo detalle como el dueño de la viña entrega a los viñadores el cuidado de la misma. Llegado el tiempo, sabedores de que el fruto no les pertenece y que recibirán el pago por el trabajo realizado, pretenden adueñarse de lo que no es suyo: la viña. El asesinato o del hijo del dueño de la viña eleva el dramatismo y expresa la violencia con la que podemos actuar cuando nos encerramos únicamente los beneficios egoístas, a sabiendas de que no es propiedad.
La palabra de hoy nos ilumina la realidad de este mundo. Dios no va a destruir nuestra casa, esta obra de la creación le pertenece a él. El arcoíris que marca la alianza de Dios después del diluvio sello una palabra dirigida a Noé: no volveré a destruir. Nosotros que hemos recibido el encargo de cuidar de esta obra maravillosa entregada a nuestras manos únicamente pensamos en los beneficios que puedan crear mayor riqueza y un progreso desmesurado. El papa Francisco en su última exhortación nos recuerda el riesgo de querernos nosotros dueños y señores de esta casa común. Las desigualdades que nacen de la violencia contra la armonía de toda la creación ponen al hombre en riesgo de desaparecer. Priman los beneficios y las estrategias políticas y económicas arrasando no sólo con aquello que es nuestro hogar sino también con sus habitantes.
El mundo rural es una imagen significativa también de esto. Cuando recorremos las aldeas vemos los campos abandonados. Decimos: esto no tiene dueño. Si lo tiene, y la tierra no deja de posibilitar el que se recoja fruto, pero está sin trabajar. Así también nuestro corazón y nuestra vida es tierra que dejándola cuidar, protegiéndola, alimentándola puede dar frutos de justicia, de amor y de paz.
Esta viña es del Señor, este mundo es su propiedad, esta obra es suya.
Este domingo os invito a que recemos a María la reina de la paz para que cesen los conflictos armados y desaparezcan las guerras.
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