domingo, 16 de julio de 2023

SIEMBRA, SEÑOR, SIEMBRA

 


Queridos amigos y amigas. Seguimos recorriendo a través del evangelio de San Mateo las enseñanzas de Jesús. Si los sonidos pasados estaban dedicados a instruir a sus discípulos ayudándoles a comprender las exigencias de ser mensajeros del reino y de cómo hacerlo presente a través de la palabra y de la acción. Hoy comenzamos el capítulo XIII en el que se inician las enseñanzas de Jesús para explicar nos los misterios del reino a través de las parábolas.

Lo primero que debemos indicarles que así como el discurso de la montaña se iniciaba con las bienaventuranzas, y era un espacio apartado en el silencio de un pequeño monte y rodeado de sus discípulos y de toda la gente; ahora el lugar es totalmente distinto. Jesús está en la orilla del lago, en el bullicio del trabajo de pescadores marineros y vendedores, rodeado de tanta gente que posiblemente buscaban con curiosidad conocer a ese nuevo maestro venido de Nazaret, cuya fama ha crecido de día en día. No olvidemos que Jesús ha liberado de las ataduras de la enfermedad, de la muerte, del pecado a hombres y mujeres de aquel entorno. Necesita sentarse en una barca. Y la escena como tal es preciosa. Tanto, que nos permite descubrir cómo los distintos ámbitos en los que Jesús está viviendo son lugares propicios para anunciar la palabra. Hoy Jesús derrama la semilla de la palabra en medio de trabajo cotidiano. Una vez más es una llamada intensa que la iglesia, cada uno de nosotros, anunciamos la buena noticia, sembré hemos la semilla que el Señor ha puesto en nuestro corazón en los lugares de relación, de encuentro, de trabajo, de cuidados.

Hoy la parábola del sembrador nos trae al sí mismo la explicación que da a Jesús a su significado. Permitidme simplemente que recuerde que nosotros hombres y mujeres de todos los tiempos y de todos los lugares somos llamados a ser tierra buena en la que germine y crezca y dé el fruto la palabra que el Señor nos regala, su presencia. Os invito a que pidamos al Señor que nos ayuden a no ser tierra endurecida, corazón impenetrable como el camino en la que la semilla es arrebatada por el maligno. La dureza de corazón que es el lugar en el que nos exponemos a que el mal nos arrebate cualquier posibilidad de esperanza.

Pidamos  al Señor que no seamos tierra del pedregal, esto es, superficiales, que viven de forma inconsciente su relación de escucha con la palabra.

No nos dejemos a hogar, asfixiar, por las preocupaciones de la vida y el afán de riquezas como la semilla caída entre zarzas. Los problemas son una oportunidad para crecer, y las posesiones son un medio que nunca puede llegar a ser un fin, sino que están al servicio del proyecto de Dios.

Veamos a María y pidamos los dones del Espíritu para que nos haga como ella tierra buena en la que Dios se siembra su presencia y produce el fruto bueno del reino.

Hoy celebramos la festividad de nuestra Señora del monte Carmelo. Encomendemos a las gentes de la mar, para que se valore su trabajo de día a día y se respeten sus derechos. 


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