domingo, 14 de agosto de 2022

HE VENIDO A TRAER DIVISIÓN

 


Cuando nace Jesús el mundo conocido vive una época de paz. La conocida pax romana fue un largo período de prosperidad del imperio, desde el año 29 antes de Cristo y hasta finales del siglo II. Un tiempo en el que no hubo luchas armadas internas, ni guerras civiles, ni grandes conflictos con otros pueblos. Pero, a pesar de que el emperador Augusto había cerrado la puerta del templo de Jano, dios de la guerra, existían claras actitudes que irían en contra de una situación realmente pacífica. Por ejemplo, en el año 70, Roma destruye Jerusalén, y con ella su templo, llevando consigo todos sus tesoros. Dentro de toda la magnitud del imperio no dejaba de ser un hecho puntual. Por eso de la pax podemos decir que tenía cierta relatividad. Vemos que era la pax impuesta y que favorecía además la imposición de un estilo de vida, el comercio y la lex romana. Pax acompañada de progreso, evidentemente dentro del marco de intervención, también militar de Roma.

Esta paz es la que nosotros podemos estar reclamando en un mundo que no vive en un abierto conflicto mundial de forma bélica. No estamos en situación de clara guerra como sucedió en la 1ª o 2ª guerra mundial. Pero, en un mundo global y al mismo tiempo fragmentado, vemos con estupor como se cumple lo dicho hace años por el papa Francisco "asistimos a una 3ª guerra en fragmentos". La globalización hace que las situaciones de conflicto internacional tiene consecuencias mundiales: comercio, desestabilidad económica y política, inseguridad, que trae consigo una narrativa de miedo y fragilidad que provoca dos consecuencias: evadirse y dejarse llevar por la indiferencia o encerrarse en el castillo de poder. Una narrativa que muchas veces no va al trasfondo de la realidad, sino que se queda en la historia individual que pretende emocionar, pero no convertir. Hemos pasado del impulso emotivo ante la huida de ucranianos y con iniciativas de rescate a una ausencia del rostro de las víctimas en este conflicto.

Jesús proclama "he venido a traer fuego" "vengo a traer división" y esto no nos deja indiferentes. El es el motivo, su palabra y acción, su decisión de que Dios mismo irrumpe en la realidad y la condición humana, no puede dejarnos como si nada sucediese, ni nada cambiase. Así, el Jesús profeta, que denuncia con el amor y el perdón la violencia del hombre trae división, pues provoca en el corazón delas personas la evidencia de que estamos lejos de lo auténticamente humano. Cuando Jesús es provocativo con su palabra y su acción, cercano a los quienes los hombres desprecian, compasivo con los que son juzgados pecadores, misericordioso con los que no cuentan, y rescata a las personas de su dolor haciéndoles experimentar el amor de Dios, está haciendo que el mundo arda en el Espíritu de Dios, en su amor. Acoger a Jesús es aceptar a quien nos recibe. Hacer nuestro a Jesús es duro, pues evidencia nuestras incoherencias y saca a luz nuestra fragilidad y nos abre al reto de esperar contra toda esperanza. 

En el camino del discipulado no es fácil decir sí a Jesús, pero contamos con su gracia, con su amor. Necesitamos reconocer las fragilidades de nuestras divisiones para que, desde el reconocimiento, caminemos hacia la unidad que nace en el misterio pascual.

Feliz domingo 

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