jueves, 18 de abril de 2019

LAVAR LOS PIES




Un gesto es suficiente. Una mirada. Una palabra. Un mandamiento: lavaos. Servid al Señor en el hermano que tienes junto a ti. Es el mandato del amor, la señal de nuestra identidad: amar, solo amar. Servir, solo servir. Ponerse y adorar a quien se hace presencia, sacramental en un trozo de pan, en un poco de vino. Presencia de caridad en la mirada de un niño, en el dolor de un enfermo, en la piel desnuda del pobre, en la soledad del encarcelado, en el caminar de migrante, en el pesar del refugiado, en el dolor del abandono, el pesar del desprecio. No busques, solo abre los ojos, espabila el oído, atento a lo que sucede, abierto a lo que viene.
Hoy, hermano, hermana,; hoy, en silencio ponte a ras de suelo y siente el latir de un mundo que clama y grita. Vierte el agua del Espíritu para lavar, sanar, limpiar. 
Amaos, dice el Señor, unos a otros. Amaos como yo os he amado.
Amar hasta morir. Acariciados en el silencio, en la noche, en su amor.

Xabier Alonso
18-04-2019





Lectura del santo evangelio según san Juan (13,1-15)

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando, ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara, y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo: «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?»
Jesús le replicó: «Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.»
Pedro le dijo: «No me lavarás los pies jamás.»
Jesús le contestó: «Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.»
Simón Pedro le dijo: «Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.»
Jesús le dijo: «Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos.»
Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios.» Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.»



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