Poñemos o textio do pregón que proclamou D. Gonzalo Davila, Director de Cáritas diocesana de Tui-Vigo como anuncio das celebracións en Honor da Virxe da Franqueira.
En
el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
Divino
Jesús Sacramentado, Laudato Si,
alabado seas.
Santísima
Virgen María, en esta advocación de A Franqueira, Bienaventurada seas por todos
los siglos.
Rvdo.
D. Javier Alonso Docampo, Párroco y Rector de este Santuario, muchas gracias
por la invitación.
Queridas
amigas y amigos, hermanos todos en el Señor, que pacientemente me vais a
escuchar.
Proclamar un pregón
es anunciar un acto que próximamente
se va a celebrar, hacerlo de un modo elogioso
e invitar a participar en él. Esto
es lo que intentaré hacer esta tarde: elogiar a nuestra Madre María y trasladar
la invitación a imitarla y a participar en las celebraciones en su honor.
Lo
haré desde el ámbito en el que estoy ejerciendo la misión que nuestro Obispo me
encomendó, que es Cáritas. Es decir, el punto de mira lo voy a poner en la
caridad y las personas, siempre desde la óptica del Evangelio, buena nueva de
Cristo, como siempre lo hizo la Virgen María.
Y
procuraré hacerlo sin menoscabar el honor que le debemos al principal feligrés
y vecino de esta parroquia, y de cada una de las parroquias del mundo. Él
siempre está realmente presente y
dispuesto a recibirnos en audiencia
privada y gratuita, sin pedir cita
ni esperar turno, goza con el tú a tú; y si esta relación es en el silencio
de las palabras ¡mejor!, porque “el
corazón habla al corazón”. A este
vecino por excelencia, por antonomasia,
con una presencia corporal y sustancial,
entero e íntegro (cf. Pablo VI, Misterium Fidei, 5) lo conocéis muy bien: es Jesús
Sacramentado, el Amigo que nunca falla.
¡Gracias,
muchísimas gracias, Señor, por quedarte siempre con nosotros aun sabiendo de
nuestras ingratitudes e infidelidades!
Aunque
esta tarde de Él, directamente, no hablemos mucho, nada de lo que podamos
reflexionar tendría valor si no nos lleva a su dulce compañía, a reposarlo
junto a su Corazón a pie del Sagrario.
Lo
haremos siguiendo el ejemplo de la Virgen María, no sólo en este momento ni en los días de su Novena, sino en todos los días del año y en todos los años de nuestra vida. A Jesús siempre se llega por María.
Ella es nuestra principal mediadora e introductora.
¡Cómo
no lo va a ser si Ella fue el primer Sagrario y además Sagrario Viviente!
“La Caridad de Cristo nos apremia” (2 Cor 5, 14)
En
la Virgen María destacan, por encima de todas las demás virtudes, las tres
teologales. Son teologales porque son un don gratuito de Dios.
Su
fe con vida, es decir, vivida plenamente, y su esperanza confiada en que se
cumplan las promesas de Dios, la llevan a vivir la caridad. La vida de la
Santísima Virgen fue y es un permanente ejercicio de caridad. En la vida eterna sólo la Caridad permanece
y permanecerá siempre.
Ésta es la principal misión de todo discípulo del
Señor: actuar en la vida cotidiana como Él lo hizo, imitando a María y
ejerciendo la Caridad.
Estamos llamados a vivir y a ser
testigos del amor que Jesús nos ha dado y que este amor llegue a todos, pues a
todos está destinado, en especial a los excluidos de nuestra sociedad más
próxima y del mundo entero.
Pero,
en realidad, ¿qué
es la Caridad?
La Caridad es el amor que viene de Dios.
La Caridad, virtud teologal, es
superior al amor, aunque muchas veces nosotros las equiparamos; pero únicamente
son equiparables cuando el centro de esta referencia es Dios. El amor es uno de
los atributos de la Caridad, como lo son también la compasión, la bondad, la
piedad, la humildad, la diligencia, etc.
Podemos decir que la Caridad es el Amor con mayúscula: es
el nombre propio del amor cristiano.
Así la vivió María Santísima. Ella
vivió el Amor de Dios porque,
· en
primer lugar, reconoció su amor, en todos los beneficios que de Él recibió;
· en
segundo lugar, los recibió con humildad, no le bastó con reconocerlos, le fue
necesario recibirlos y sentirlos como dones de los que no era merecedora;
· y,
en tercer lugar, comunicó su amor a los demás, amor con amor se paga, decimos habitualmente, es decir, María
ejerció la misión.
El amor a Dios fue para Ella el
motor de todos los demás amores, y esto distingue a la Caridad -como virtud
infusa- de otras buenas manifestaciones sólo de amor natural que todos
conocemos: amor conyugal, amos paternal y maternal, amor filial, amor de
amistad, amor de noviazgo, ,,. y no
digamos de otras expresiones totalmente opuestas, pero que muchas veces se
presentan disfrazadas de amor, como el aborto, la eutanasia, la inmoralidad
sexual, la avaricia, las adicciones, …
Me voy a detener en
cuatro momentos de la vida de la que todas
generaciones llamamos Bienaventurada, para así copiar y poder imitar su
ejercicio de la Caridad.
Una primera escena es la
Visitación a su prima Isabel
Aquí
apreciamos su disponibilidad.
Embarazada
por obra y gracia del Espíritu Santo, con Jesús en sus entrañas, se lanza a
recorrer los caminos que desde Nazaret la van a guiar a Ain Karim.
El
ejercicio de la Caridad no puede esperar.
Cuando
aún Jesús no anuncia públicamente su Evangelio, Ella ya acoge su mensaje y lo
lleva a los demás. Lo debemos aprender también nosotros: María no separa la
entrega a Dios y el compromiso con los hombres, sus hermanos. La humilde esclava
del Señor, relata el evangelista san Lucas, se puso en camino de prisa,
no quería perder tiempo para ofrecer su ayuda y proclamar la grandeza del Señor y manifestar su profunda alegría en su Salvador.
María
no necesita reflexionar para ejercer la caridad, por eso a Ella muy bien le
podemos aplicar lo que dice el libro Imitación
de Cristo de Tomás Kempis (Libro
III, cap. 5),:
“Quien ama, corre, vuela;
vive alegre, está libre y nada le entorpece.
A quien ama, nada le pesa, nada le cuesta, emprende más de lo que
puede.
El amor está siempre vigilante e incluso no duerme
… sólo quien ama, puede comprender la voz del amor”.
En
casa de Isabel y Zacarías, un matrimonio anciano, con un hijo a punto de nacer
y después recién nacido éste, lo que haría María en esos días lo dejo a vuestra
consideración, pues conocéis muy bien en qué consisten las tareas del hogar.
Ejerce
una caridad activa y servicial,
porque cuando se sirve se actúa en libertad y la satisfacción del deber
cumplido y la alegría rebosan en el corazón. Y más cuando Dios anda entre los pucheros, como dijo santa Teresa de Jesús.
Madre: Prepáranos para estar disponibles
para los demás, y hacerlo con alegría y prontitud poniendo siempre en medio al
Señor.
La segunda parada es un Caná
Podríamos
destacar en esta escena su discreción.
Una
fiesta de boda no es una fiesta cualquiera.
El
vino, que es un elemento esencial para acompañar a los manjares, comienza a
escasear. Ante esta desagradable situación, en su justa medida -así es como se
ejerce la caridad- María toma la iniciativa. Observa, es consciente de la
necesidad, de la dificultad que se acerca, piensa en lo que ocurre y no en sí
misma, y con total discreción habla a
Jesús y habla con Jesús.
Y,
con un amor lleno de fe, confianza y humildad, lo deja comprometido.
Y
se produce el diálogo:
-
“No tienen vino.”
-
“Mujer, … Todavía no ha llegado mi hora.”
-
“Haced lo que él os diga.”
Es decir, María los
envía a Jesús y hace que Jesús entre en sus vidas.
¿Hubiera
sido igual la boda sin la presencia de María? Evidentemente, no.
En
este pasaje observamos como la obediencia es triple:
1. María obedece a la misión encomendada por
Dios, que es la misma que tenemos cada uno de nosotros: Llevar a los demás a
Jesús.
2. Jesús es obediente a su Madre. ¡Cómo va a
desairarla!
3. Los sirvientes hacen lo que María les indica
y Jesús le manda: “Llenad las tinajas.
Sacad ahora y llevadlo al mayordomo”.
Madre: Enséñanos a tener ojos y corazón para
intuir las necesidades de nuestro prójimo y, en la medida de nuestras
posibilidades, ayudarles a solucionarlas.
Un tercer momento se produce en
el Monte Calvario
En
esta tercera parada percibimos la virtud de la acogida silenciosa.
Cristo,
libre hasta la médula, obedece al Padre hasta entregar su vida por nuestra
redención, por nuestra salvación. Y así, de su corazón traspasado brota la
misericordia de Dios.
El
cuerpo de Jesús es torturado de un modo atroz, su sangre inocente salpica a sus
agresores, los ojos de sus torturadores están llenos de odio y de rabia su
corazón, las burlas son continuas, …
Y
allí está María, la Madre. Está en silencio
sufriente, orando por los maltratadores, implorando su conversión,
suplicando al Padre Eterno su perdón.
Y en el penúltimo suspiro de su Divino Hijo, nos ofrece otra
muestra de su Caridad.
María, la esclava del Señor, usando correctamente de su libertad,
la que le permitió acoger en su seno, en Nazaret, al Salvador, ahora en el
Gólgota nos acoge a nosotros como sus hijos: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, “Hijo,
ahí tienes a tu madre”, dijo
Jesús. Es muy importante que nos fijemos en el posesivo tu, pues desde el
Calvario somos posesión de la Virgen
María.
Decíamos
que María guarda silencio, incluso sus lágrimas de Madre Dolorosa surgen de un
profundo silencio de dolor.
¡Y
nosotros qué pronto nos quejamos y cuánto nos cuesta callar ante cualquier
insignificante contratiempo!
Madre: ¡Qué no nos quedemos en la
superficialidad! ¡Ayúdanos a transformar nuestro corazón! ¡Enséñanos a abrirnos
a los demás con una caridad auténtica y siempre disponible!
Y la cuarta estación es en el Cénáculo,
pero esta vez en Pentecostés
Aquí
podemos observar la paciencia de
María y su maestría en la oración.
Hace
diez días vio la maldad en la que puede caer el ser humano. ¡Cómo maltrataron a
su Hijo!
Y
María calla y ora por ellos. Al
igual que su Hijo, los perdona y suplica su conversión interior.
¿Qué
pasa con los íntimos del Señor, qué pasa con sus discípulos y apóstoles? Uno
traiciona a Jesús, otro lo niega, otros están como desaparecidos, otro duda de
la Resurrección de su Maestro, … y la Virgen, Madre ya de todos, los comprende,
los disculpa, les perdona, los anima, … y los prepara para el gran
acontecimiento: reaviva la llama en sus
corazones para colocarlos en línea de salida y comenzar la nueva evangelización,
para ser valientes testigos de Cristo, como así lo fueron después.
La
vida de María es una larga historia personal unida y confiada en el Espíritu
Santo desde el Pentecostés de la Anunciación; por ello los apóstoles no
encontraron mejor Maestra que los preparara para esta prueba: ¡descubrir al
Espíritu Santo!
María
acoge y acompaña así a los apóstoles en nacimiento de la Iglesia.
Madre,
Trono de la sabiduría, guíame para saber reconocer y avivar la acción del
Espíritu Santo en mi alma.
Muy unidos a María y con María
María
Madre: siempre disponible, discreta, acogedora, misericordiosa. Vivamos muy unidos a Ella y así
sabremos comprender mejor los acontecimientos, los gratos y los ingratos, de
nuestra vida personal.
Este
estilo de actuar de María es el que tratamos de vivir en Cáritas, organización
de la Iglesia dedicada a la caridad. Y debería ser el estilo de todo cristiano
aunque no pertenezca a ella, porque Cáritas
es la caridad de la Iglesia y por tanto Cáritas es la Iglesia. Como María, Cáritas
y la caridad tienen a la persona en el
centro de su actividad.
María
nos enseña a comprender mejor el significado de la cruz:
· elevar nuestra oración a Dios siguiendo el
recorrido del madero vertical, y
· estar siempre a la altura de los hermanos
con paciencia, comprensión, afecto, con misericordia, recorriendo el madero
horizontal.
Así
es la cruz de cada día, en la que estarán siempre presentes Dios y los
hermanos.
María
es Madre y Modelo de Caridad, en ella se manifestó plenamente el amor a Dios y
el amor al prójimo. Todo lo bueno que nos podamos imaginar fue realizado por
María, y todo lo que nos aparte del hermano, y por lo tanto de Dios, estuvo y
está lejos de su corazón.
Por
eso el himno a la caridad, al amor cristiano, que escribe san Pablo en la
primera carta a los Corintios (1
Co 13, 4-8) parece referirse a
María, y nosotros así lo podemos aplicar.
La
Caridad, el amor cristiano, María decimos ahora nosotros…
… es paciente, es benigna;
… no tiene envidia, no presume, no se engríe;
… no es indecorosa ni egoísta;
… no se irrita;
… no lleva cuentas del mal;
… no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El amor no pasa
nunca.
La Caridad, María
no pasa nunca.
La
Virgen vivió su vida como un compromiso con el ser humano y en Ella se cumplió
lo que el apóstol Pedro pide, en su primera carta, a la primitiva Iglesia y hoy
también a nosotros:
"Como
buenos administradores de la multiforme gracia de Dios, poned al servicio de
los demás el carisma que cada uno ha recibido. Si uno habla, que sean palabras
como de Dios; si uno presta servicio, que lo haga con la fuerza que Dios le
concede, para que Dios sea glorificado en todo, por medio de Jesucristo.” (1Pe
4, 10)
“Totus
tuos, María” decía
san Juan Pablo II, recordando a san Luis Mª Grignon de Monfort. Seamos
enteramente de María, pues de su mano contemplaremos a Dios y lo contemplaremos
en el hermano. Sólo así seremos capaces de cumplir el resumen de los
mandamientos: Amar a Dios sobre todas las
cosas y al prójimo como a uno mismo, es decir, al prójimo como Dios me ama
a mí.
Petición a la Virgen María
A
María, Reina de la creación, quien desde el primer instante estuvo con su hijo
Jesús, en las alegrías y en las penas, y que ahora cuida de todos nosotros, le
pedimos que nos ayude a mirar este mundo
con ojos más sabios (Papa
Franciaco, Laudato Si).
Con
palabras del Papa Francisco, te imploramos:
Estrella de la nueva evangelización,
ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión,
del servicio, de la fe ardiente y generosa,
de la justicia y el amor a los pobres,
para que la alegría del Evangelio
llegue hasta los confines de la tierra
y ninguna periferia se prive de su luz.
Nosa Señora de A Franqueira:
Ø ¡Ensínanos a vivir o compromiso!
Ø ¡Qué a secularización
dos nosos ambientes, a oleada de humanismo,
non nos faga perder a nosa orixe!
Ø ¡Qué a nosa fe fon sexa una moeda de cambio, e que sempre se manifeste en nós o
amor a Deus e aos irmáns, o amor aos irmáns e o amor a Deus!
A Ti, Nosa Nai, nos
encomendamos.
Canto final
Me
gustaría que termináramos entonando, todos juntos, estos dos versos dirigidos a
nuestra Madre:
Estrella
y camino, prodigio de amor.
De
tu mano, Madre, hallamos a Dios.
Ave María Purísima