TESTIGOSHoy vemos al grupo apostólico reunido en el cenáculo. La vuelta de los dos de Emaús y su testimonio revoluciona el corazón y tambalea los pensamientos. Jesús irrumpe en el interior. Muestra su cuerpo, sus manos y pies, come con ellos, no es una ilusión ni un fantasma, no es un fenómeno colectivo. Es necesario que les abra el entendimiento para pasar de la sorpresa a la confianza, del miedo a la acogida, del temor a la paz, y de estar encerrados a salir a proclamar la conversión, el perdón a todos los pueblos.
Desde Evagelii gaudium hasta su último mensaje en la mañana de Pascua su palabra fue la de la alegría de la presencia del señor Resucitado que lo transforma todo y lo inunda de su amor. Ya no somos los mismos desde que hemos conocido al señor, nuestros planteamientos no pueden seguir la lógica de los intereses comerciales, económicos, geoestratégicos, etc, nuestro criterio es la lógica de Dios en la que necesitamos cada día que se nos abra el entendimiento con la luz del Espíritu Santo. Porque nosotros, que hemos conocido al señor, que somos testigos, entramos también en las estrategias del mundo para ver quien es el mejor candidato a la silla de Pedro igual estamos pensando en intereses, privilegios, estrategias de poder, y, os lo digo en serio, no pienso en una parte sino en cualquiera, porque a veces podemos acabar usando un discurso muy al uso de la gratificación del mundo y estamos gustando los poderes de prestigios, méritos, honores, etc... y creo que la Iglesia no va de eso.
Comparto con vosotros estos dos textos:
El primero pertenece a Evangelii gaudium
Es verdad que, en nuestra relación con el mundo, se nos invita a dar razón de nuestra esperanza, pero no como enemigos que señalan y condenan. Se nos advierte muy claramente: «Hacedlo con dulzura y respeto» (1 Pe 3,16), y «en lo posible y en cuanto de vosotros dependa, en paz con todos los hombres» (Rm 12,18). También se nos exhorta a tratar de vencer «el mal con el bien» (Rm 12,21), sin cansarnos «de hacer el bien» (Ga 6,9) y sin pretender aparecer como superiores, sino «considerando a los demás como superiores a uno mismo» (Flp 2,3). De hecho, los Apóstoles del Señor gozaban de «la simpatía de todo el pueblo» (Hch 2,47; 4,21.33; 5,13). Queda claro que Jesucristo no nos quiere príncipes que miran despectivamente, sino hombres y mujeres de pueblo. Ésta no es la opinión de un Papa ni una opción pastoral entre otras posibles; son indicaciones de la Palabra de Dios tan claras, directas y contundentes que no necesitan interpretaciones que les quiten fuerza interpelante. Vivámoslas «sine glossa», sin comentarios. De ese modo, experimentaremos el gozo misionero de compartir la vida con el pueblo fiel a Dios tratando de encender el fuego en el corazón del mundo.
El amor a la gente es una fuerza espiritual que facilita el encuentro pleno con Dios hasta el punto de que quien no ama al hermano «camina en las tinieblas» (1 Jn 2,11), «permanece en la muerte» (1 Jn 3,14) y «no ha conocido a Dios» (1 Jn 4,8). Benedicto XVI ha dicho que «cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios», y que el amor es en el fondo la única luz que «ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar»[210]. Por lo tanto, cuando vivimos la mística de acercarnos a los demás y de buscar su bien, ampliamos nuestro interior para recibir los más hermosos regalos del Señor. Cada vez que nos encontramos con un ser humano en el amor, quedamos capacitados para descubrir algo nuevo de Dios. Cada vez que se nos abren los ojos para reconocer al otro, se nos ilumina más la fe para reconocer a Dios. Como consecuencia de esto, si queremos crecer en la vida espiritual, no podemos dejar de ser misioneros. La tarea evangelizadora enriquece la mente y el corazón, nos abre horizontes espirituales, nos hace más sensibles para reconocer la acción del Espíritu, nos saca de nuestros esquemas espirituales limitados. Simultáneamente, un misionero entregado experimenta el gusto de ser un manantial, que desborda y refresca a los demás. Sólo puede ser misionero alguien que se sienta bien buscando el bien de los demás, deseando la felicidad de los otros. Esa apertura del corazón es fuente de felicidad, porque «hay más alegría en dar que en recibir» (Hch 20,35). Uno no vive mejor si escapa de los demás, si se esconde, si se niega a compartir, si se resiste a dar, si se encierra en la comodidad. Eso no es más que un lento suicidio.
el segundo es del mensaje de Pascua el día anterior a su fallecimiento
Hoy en la Iglesia resuena finalmente el aleluya, se transmite de boca en boca, de corazón a corazón, y su canto hace llorar de alegría al pueblo de Dios en todo el mundo.
Desde el sepulcro vacío de Jerusalén llega hasta nosotros el sorprendente anuncio: Jesús, el Crucificado, «no está aquí, ha resucitado» (Lc 24,6). No está en la tumba, ¡es el viviente!
El amor venció al odio. La luz venció a las tinieblas. La verdad venció a la mentira. El perdón venció a la venganza. El mal no ha desaparecido de nuestra historia, permanecerá hasta el final, pero ya no tiene dominio, ya no tiene poder sobre quien acoge la gracia de este día.