jueves, 29 de mayo de 2025

CONVERSIÓN DELA ALEGRÍA


CONVERSIÓN DE LA ALEGRÍA

Vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría».

¿Cuándo estamos realmente preparado para asumir una responsabilidad? En tiempos de tecnologías cambiantes, que lo que ahora es una novedad que se está quedando obsoleta en cuanto sale al mercado, que estamos al quite de lo que es la última tendencia, que nos sentimos interpelados, sino interrogados por nuestra forma de gestionar la vida, el trabajo, la familia; que hay una llamada incesante a la insatisfacción por el vacío que genera no caminar al ritmo del mundo. ¿Cuándo estamos preparados? 

Jesús, consciente de la limitación de los suyos, de sus imperfecciones, de sus miedos e inseguridades, se despide prometiendo una nueva alegría. Que su regreso es permanecer en un Cuerpo, su Iglesia, en los signos sacramentales (Eucaristía), en la Palabra, mensaje de Buena Noticia, en la Caridad y la Misericordia, en los últimos y pobres.... y, entonces, cada día, el Espíritu nos prepara para el reto de seguir caminando, de no abandonar la peregrinación de la esperanza.

¿Estaba preparada María? La había dispuesto Dios pero sus virtudes humanas le capacitaban cada día para la respuesta confiada al amor de Dios. Nosotros somos llamados desde antes de la  fundación del mundo para el amor, para vivir en el Señor. Decir si, como maría, es ponerse en camino de la conversión a la alegría, la verdadera alegría.

Hoy celebramos a San Pablo VI. En el mes de mayo del Año Santo de 1975 publicó la Exhortación Gaudete in Domino sobre la alegría cristiana. Os comparto un pequeño fragmento

La alegría nace siempre de una cierta visión acerca del hombre y de Dios. «Si tu ojo está sano todo tu cuerpo será luminoso» (Lc 11,34). Tocamos aquí la dimensión original e inalienable de la persona humana: su vocación a la felicidad pasa siempre por los senderos del conocimiento y del amor, de la contemplación y de la acción. ¡Ojalá logréis alcanzar lo que hay de mejor en el alma de vuestro hermano y esa Presencia divina, tan próxima al corazón humano!.

Y finalizo con la oración que Pablo VI recitaba en momentos de dificultad:

Señor, yo creo; quiero creer en ti.
Oh, Señor, que mi fe sea plena.
Oh Señor, deja que mi fe sea libre.
Oh, Señor, que mi fe sea cierta.
Oh Señor, que mi fe sea fuerte.
Oh Señor, que mi fe sea alegre.
Oh Señor, que mi fe sea laboriosa.
Oh Señor, que mi fe sea humilde.
Amén

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